Corrí en medio de la oscuridad en la misma dirección que lo hizo el resto, era como ir con la corriente, los gritos eran cada vez mayores, por lo que logré percibir que buscaban a alguien. Sólo esperaba que no fuera confundido con dicha persona, en todo caso, acabaría muerto sin siquiera haber llegado a conocer a quién fue mi segundo cuerpo.
Había antorchas y enormes hombres con pesadas armaduras puestas sobre sus torsos, avanzaban con lentitud, inspirando una gran cantidad de miedo ante el desconocimiento de no entender lo que sucedía a los alrededores.
Creí que lo mejor sería esconderme hasta que el escándalo cesara; sin embargo, escuché el nombre de aquel que ordenó la cacería de algún pobre diablo. Fue entonces donde supe que Frida no me había mentido, Franco no era alguien de juegos.
Me detuve a la orilla de un lago, necesitaba recuperar el aire que la hacía falta a mis pulmones, noté que estaba solo, podría tomarme el tiempo que necesitara.
Intenté reclinarme sobre un viejo tronco, pero este no tenía soporte, caí por un pequeño barranco de apenas un metro de bajada, que por poco, me dirigiría hacia el fondo del lago. Logré sostenerme de algunas raíces, terminando tendido sobre la tierra húmeda. Me giré con la idea de recuperarme, pero casi al instante me topé con la presencia de un tipo solitario de fornida silueta. No portaba una espada o una armadura; sin embargo, apenas me vio, se fue sobre mí en un intento por asesinarme.
Logré arrebatarle el cuchillo para que este cayera en dirección del agua, ahora sólo me quedaba enfrentar una lucha cuerpo a cuerpo con el desconocido. Recibí dos golpes en la cara que me aturdieron por breves segundos, pero fui inteligente y lo golpeé con una piedra que tomé del barro en el que luchábamos.
Pegó un grito y se echó hacia atrás, en el acto intenté recomponerme pese a que la humedad de la tierra me lo impedía.
—¡Aquí está! ¡Lo tengo! —comencé a gritar sin saber quién demonios era él. Aun así, mi intuición me decía que era a quien buscaban.
El hombre intentó callarme con un buen porrazo que recibió mi quijada, pero esta vez no dejé que me derribara. Me sostuve sobre la superficie y conecté un impacto tras otro sobre su torso. Aquel cayó de costado, parecía herido desde un principio, lo que me facilitó la supervivencia.
—¡Lo tengo! —volví a gritar, y en pocos segundos, varios hombres comenzaron a llegar.
Nos subieron a ambos, a él lo amarraron de pies y manos, a mí me observaron con detenimiento, estaba claro que era un desconocido, pese a que hice su trabajo de cacería.
—¿Cuál es tu nombre? —Me preguntó un viejo de barba abultada y cicatriz en la cara.
—James Harris —emití agitado con las manos en mi estómago.
El viejo no volvió a decir palabra, se limitó a guiarme junto con el tipo herido, a lo que se suponía era un establo. Luego de varios minutos, apareció el famoso Conde que ordenó la redada.
La puerta sonó de golpe y todos los presentes callamos, su imponente presencia no solo provocaba miedo, sino también un vacío que gobernaba el interior.
Se paró frente al pobre hombre que sangraba del torso y rostro, con dificultad pude observar los ojos verdes que se encendían igual que luceros. El cabello rebelde estaba lleno de lodo y la cara prácticamente marchita, ojerosa y demacrada. Por otro lado, el Conde era un hombre alto, un metro noventa, piel morena, nariz puntiaguda, ceja abultada y cabello oscuro, igual que la noche y sus ropas.
—¡¿Creíste que podrías huir con Lady Amelia?! —soltó Franco al tiempo que castigaba el estómago del desdichado con la fuerza de un toro.
Este cayó de rodillas, escupiendo una enorme cantidad de sangre. Los que estaban a sus espaldas, lo levantaron de nuevo para que su líder lo siguiera golpeando, así fue por al menos dos minutos que a mi parecer fueron demasiado, puesto que estaba casi muerto.
Aún no sabía quién era Lady Amelia, pero si ella era su mujer, la eliminación de este me beneficiaba.
Luego del enorme descargue de adrenalina del Conde, finalmente puso su atención sobre mí.
—¿Quién eres? —preguntó al tiempo que se limpiaba la sangre de las manos con un pañuelo.
—Lo iba a ayudar, pero decidí entregarlo —respondí a sabiendas de la mentira, preferí decir aquello a que averiguaran que yo no trabajaba para nadie en ese castillo.
Franco asintió con una mueca, mientras regresaba la cruda mirada a su enemigo.
—Mañana hablaremos sobre ti, por lo pronto ya saben qué hacer —ordenó al resto de sus hombres y desapareció dejando miedo a su alrededor.
Los escuché hablar sobre una celebración en el castillo y apenas esta finalizó, me pidieron que llevara al herido al frente de un balcón. Caminamos por un sendero poco iluminado, mientras el prisionero trastabillaba, estaba casi muerto, ensangrentado, débil. Comencé a cuestionarme si hacía lo correcto; no obstante, seguí las indicaciones al pie de la letra, ya que mi vida estaba de por medio.
Un guardia, el prisionero y yo, arribamos al punto exacto que nos indicaron. Nadie dijo nada, solo elevamos las miradas hacia el balcón iluminado en las alturas del castillo.
—¿Qué esperamos? —pregunté al guardia que sostenía una espada.
—¡Cállate! —replicó con la vista al frente—. Necesitamos una orden. ¡Ah, mira, ahí está!
Este sonrió al tiempo que aparecían dos siluetas en el balcón, una era la del ya conocido Conde y a su lado, la de una mujer, cuyo rostro no podía ver debido a la lejanía.
Todo era silencio hasta que Franco levantó la mano, desatando un grito desgarrador que provenía de la mujer que no tocó; al instante la espada del guardia fue desenvainada y con ella atravesó el pecho del pobre diablo que intentó fugarse con Lady Amelia.
—Es tu turno, arrójalo al lago —ordenó el que guardaba su espada.
No sabía cómo reaccionar, me limité a posicionar la atención en el caído que balbuceaba un par de cosas.
—¿Por qué matarlo? —cuestioné, asustado.
—¡Hazlo si no quieres morir tú también! —indicó el salvaje uniformado.
Comencé a arrastrarlo hasta llegar a la orilla del puente por el que debía dejarlo caer.
—¡Ayúdala! ¡Sálvala! —siseó entre los ahogos provocados por la sangre que salía de su boca.
Luego murió.
Su deceso me dio paz, así no me sentiría tan culpable de lo que estaba obligado a hacer. El cuerpo pesó tanto que me fue difícil levantarlo para enseguida verlo chocar con el agua que sería su cementerio.
A lo lejos, la mujer aún lloraba y gritaba, estaba seguro de que, con mi trabajo, había ganado la confianza de Franco y el odio de aquella desdichada. Ellos desaparecieron del balcón y yo volví los ojos hacia el guardia que seguía como si nada hubiese sucedido.
—¿Qué fue todo esto? —pregunté con las rodillas temblorosas.
Sonrió congraciado con mi pregunta, meneó el cuello y me vio directo a la cara.
—El regalo de bodas para su querida esposa.
ESTÁS LEYENDO
Mi manera de amar
RomanceEl karma provocado por los errores de sus vidas pasadas, ha comenzado a afectar las relaciones amorosas de James, puesto que fue imposibilitado de sentir amor. Cansado del vacío, decide divorciarse, pero una extraña mujer le entrega un reloj que le...