CAPÍTULO 13: Almas gemelas

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Caminé eufórico hasta la soledad de mi habitación, nada lujosa, se trataba de un cuartucho donde solo disponía de una cama y una mesa de madera

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Caminé eufórico hasta la soledad de mi habitación, nada lujosa, se trataba de un cuartucho donde solo disponía de una cama y una mesa de madera. Lo mejor de ese sitio era la privacidad que podía disfrutar, sobre todo en ese momento donde únicamente necesitaba de la soledad.

Me adentré en el cuarto y apenas abrí la puerta, me topé con el arrugado rostro de Frida, a quien no extrañaba lo más mínimo.

—¡Debes decirme por qué me obligas a esto! —reclamé con fastidio.

—¡No es lo que crees! —alegó con el semblante igual de descompuesto que el mío. Frida siempre solía estar sonriendo pese a mis problemas, desde que llegamos a esta vida, jamás la vi relajarse como en los anteriores viajes.

—¿Me has traído a ver lo desgraciado que fui? ¡Ella no lo quiere, él no la quiere, entonces ¿por qué deben permanecer juntos?! —Mis pasos iban de un lado a otro dentro de la minúscula habitación.

—¡No debía ser así! —gritó la mujer, colocándose frente a mí para que yo lo entendiera.

Fijé mis ojos sobre ella y observé la grisácea mirada cargada de miedo.

»El plan era que Amelia se fugara con Lorenzo y que ayudaras a Franco a sobrellevar la situación.

—¿Lorenzo no debía morir? —cuestioné sofocado por mis palabras.

—Él la hacía feliz, pero ya está muerto —emitió resignada.

Seguía tan molesto que tomé a Frida de los hombros y la agité exigiendo una respuesta.

—¡¿Por qué demonios no me lo explicaste?! Dices que todo se trata de solucionar mi vida amorosa, pero no es así, cada una de mis vidas fue un desastre, tengo un alma que no merece amar y esa es la verdad. —Solté a Frida y di media vuelta con las manos en la cabeza—. Amelia lo odia y no quiere seguir a su lado. La ayudaré a escapar y haré que Franco llene su seco corazón con otra mujer.

—¡No puedes hacer eso!

—¿Por qué? —interrogué volviendo el rostro en su dirección con la mirada de un diablo.

—Esto no se trata de la felicidad de Franco, ya tenías que haberte dado cuenta —indicó la mujer del cabello alborotado con las mejillas coloradas—. Se trata de remediar tus errores.

—¡Eso intento, pero Amelia es...! —Callé, tragué saliva y la contemplé—. ¿Quién es ella?

Frida detuvo cada movimiento, sin desviar el rostro.

—Tú sabes quién es...

Me acerqué más calmado, la cabeza me daba vueltas y la respiración se agitó, era como si quisiera que todas las pistas se ordenaran por magia.

—Percibí la misma electricidad que sentí con Diana y Harper. Frida, ¿quién es ella?

Ante mi súplica, cupido me guío a la orilla de la cama y me pidió que me sentara con un movimiento. Yo accedí.

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