CAPÍTULO 22: Sentencia

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Estaba totalmente encandilado con el color blanco que cubría cada espacio de aquel lugar al que yo no pertenecía

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Estaba totalmente encandilado con el color blanco que cubría cada espacio de aquel lugar al que yo no pertenecía. Intenté dar media vuelta para volver a la puerta, pero apenas puse un pie en el sitio, esta desapareció por completo con Frida del otro lado del umbral.

Respiré hondo, y di una vuelta completa, esperando que alguien más apareciera, aun así, estuve solo por lo que me pareció una eternidad.

—Sígame —dijo una mujer de gafas, cabello recogido en un molote y ropas blancas.

Yo no lo había notado, pero mi ropa también combinaba con el sitio, puesto que usaba un mono blanco que me cubría todo el cuerpo.

Obedecí y la mujer me guío hasta lo que tenía forma de un tribunal. No había paredes o un piso, todo seguía siendo blanco, incluyendo los muebles y las vestimentas de las personas que estaban en el lugar aguardando por mi presencia.

Al instante, aparecieron en mis muñecas un par de esposas plateadas que limitaban los movimientos de mis manos. Al parecer, yo sería juzgado e ignoraba la razón.

—Yo me encargaré de esto —dijo Frida a mi costado, quien recién llegaba con una carpeta en manos, lista para ejercer la abogacía. Vestía de la misma manera que yo, aunque no iba esposada.

—Frida, ¿qué sucede? —pregunté elevando mis manos para que notara las esposas.

—Todos de pie para recibir al honorable juez Serafín Jeliel —gritó un hombre de apenas un metro de estatura con una gran trompeta de oro sólido.

Las trompetas sonaron con tal intensidad que los oídos dolieron, enseguida tuve que cerrar los ojos para evitar ver el resplandor que apareció cuando la puerta se abrió. Unas enormes alas se achicaron para esconderse en la parte trasera del cuerpo de la imponente figura que estaba ante mí.

Jeliel era tan blanco que su ropas y cabellos se perdían con la claridad de sus alas, solo la túnica negra —que era la misma que se usaba en cualquier otro juicio—, tenía color.

—Iniciemos —dijo la figura de dos metros que tomó asiento.

Tenía muchas preguntas para Frida, pero se negaba a darme explicaciones.

»Frida Popham, se les dio la oportunidad de enmendar sus errores para subsanar su castigo; no obstante, han roto las reglas del tiempo —reiteró la gran entidad de enorme belleza.

—¿Reglas del tiempo? ¡Se me dijo que no debía revelar mi identidad y eso fue lo que hice! —expresé olvidándome de permanecer callado.

—¡No hemos comenzado contigo! —emitió el ser que me hacía sentir como un insignificante insecto.

—Era la única manera de subsanar el castigo —respondió Frida, dejando de lado cualquier rasgo de defensa, eso era más como a una súplica.

Yo la observé confundido, no solo por el hecho de que estábamos en lo que aparentemente era un juicio, sino que, además, había metido en problemas a Frida por mi necedad de salvar a Amelia.

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