Primer acto: La mujer que fue robada II

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3 meses

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3 meses.

Habían transcurrido ya tres meses desde la muerte de la reina Aemma, el reino había caído en una tristeza profunda pues la reina era muy amada por todos, Daemon había tomado el mando de la guardia en la ciudad, era el comandante de las capas doradas, los delitos y los criminales aumentaron después de la muerte de la reina ya que el rey estaba demasiado ocupado bebiendo vino y llorando que para concentrarse en su reinado.

Por otro lado, Rhaenyra había estado demostrando su depresión de otra manera, había estado entrenando con el comandante de la guardia real, Sir westerling el cual no tenia piedad con la princesa, pero se preocupaba por ella.

— Vamos, hagámoslo de nuevo. — Una agitada Rhaenyra se levantaba del suelo cubierta de tierra y alguna que otra gota de sangre, Sir westerling negó con su cabeza y guardo su espada.

— Ya es momento de que descanse princesa, no debe de excederse demasiado.

— He dicho que puedo seguir, saca tu espada y atácame, — Rhaenyra empuñaba a Blackfyre con un pequeño temblor en sus manos, ya estaba demasiado cansada para seguir.

— Hemos estado haciendo esto desde el alba, princesa. Debe descansar.

— ¡He dicho que...!

— ¡Rhaenyra! — el grito de su padre la hizo estremecer y al mismo tiempo enfurecer, sentía la ira correr por sus venas como si fuera lava caliente. — Sir westerling, ¿no ve el estado de mi hija? Es hora de parar el entrenamiento. — El lord comandante asintió haciendo una reverencia para luego retirarse.

— Podía seguir con mi entrenamiento, su majestad.

— Parece que has peleado contra un ejército, ve a darte un baño, te espero para cenar. — Rhaenyra frunció el ceño y guardando a Blackfyre hablo.

— No deseo cenar con usted, su gracia. Ya tenia planes. — Viserys suspiro.

— Deseo pasar tiempo con mi hija, no he sido buen padre estos últimos meses, además, ¿Quién podría ser mas importante que el rey?

— Alicent, — Rhaenyra hablo sin pensar, sintiendo el calor en sus orejas después de escuchar ella misma lo que había dicho.

— Oh, tu pequeño amor, el amor joven es maravilloso, pero por favor hija, si cambias de opinión, te esperare en mis aposentos para cenar.

¿Cómo podía esperar su padre que todo fuera igual que antes?

Había abierto a su madre por la mitad, él había dado la orden de matar a su propia omega, si ella algún día se casaba con Alicent prefería salvar la vida de su esposa que la de su hijo, ella nunca le haría una cosa como esa a la mujer que ama.

Sus doncellas la ayudaban a desvestirse para entrar en la tina, pero solo podía fijarse en su dama Alicent, la cual estaba organizando el próximo traje que se pondría. Cuando Rhaenyra se sumergió en la tina las demás doncellas las dejaron solas.

El engaño de la sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora