Segundo acto: Los sangre de dragón III

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Los quejidos de la princesa y los suaves sollozos de los príncipes era lo único que se escuchaba en los aposentos de la princesa; el maestre cocía suavemente la larga y profunda herida que la daga de acero valyrio había dejado en la princesa

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Los quejidos de la princesa y los suaves sollozos de los príncipes era lo único que se escuchaba en los aposentos de la princesa; el maestre cocía suavemente la larga y profunda herida que la daga de acero valyrio había dejado en la princesa.

— El acero valyrio hace cortes limpios, tendrá una cicatriz, pero va a sanar, — Lucerys tenia su cabeza sobre la mesa recostado, Jacaerys tras él y Jaehaera sentada en el piso recostada en las piernas de su madre; Joffrey se encontraba con sus abuelos. La puerta fue abierta y el sonido de pasos se escuchó, Rhaenyra reconoció el olor de su esposo de inmediato; olía a sal y Qarl.

— Dioses, — Rhaenyra ni siquiera lo miro, ya se encontraba cansada de estas situaciones y que fuera solo ella quien tuviera que lidiar con ellas, — ¿todos están bien?

— Una nariz rota es todo lo peor, — respondió el maestre que acaba de terminar de cocer la herida de la princesa.

— Gracias, maestre. Déjanos. — El maestre tomo las telas con las que limpio a la princesa y se marchó después de hacer una reverencia, Laenor seguía con la cabeza gacha mientras Rhaenyra hablaba con sus hijos. — Ustedes también, ya han encontrado suficientes problemas hoy.

— Si madre, — respondió Jacaerys mientras ayudaba a levantar a Jaehaera y guiaba a Lucerys hacia la puerta.

— ¿Cuándo será el día en el que no nos dejes solos, padre? — dijo Jaehaera cuando paso al lado de Laenor, el mas grande quiso llorar ante lo dicho por su hija. Ella tenia razón.

— Debí haber estado ahí, — dijo Laenor rompiendo el silencio al fin.

— Debería ser el lema de nuestra casa, — respondió Rhaenyra con voz agotada. Toda esta situación estaba sobrepasando su tranquilidad.

— He luchado contra enemigos terribles, pero no pude defender a mi hermana lejos de casa y en agonía, y ahora no pude defenderte a ti.

— Siéntate, — exigió la princesa. — Mi pequeño hermano Aemond llamo a nuestros hijos bastardos, se disculpo y realmente confió en la sinceridad de sus palabras; sin embargo, hay alguien más sembrando esas mentiras. — Laenor suspiro.

— Yo te he fallado, Rhaenyra... a nuestro matrimonio, a nuestros hijos, a nuestra amistad... — Laenor mantenía su mirada en el suelo, no podía soportar lo que podría encontrar en los ojos de su prima. — Amo a nuestros hijos con todo mi corazón.

— Lo se...

— Odio a los dioses por haberme echo amar a otro hombre, — Rhaenyra sonrió.

— Yo no, eres un gran hombre, con un muy buen corazón; eso es poco común. — Laenor le sonrió y sus ojos se llenaron de lágrimas.

— Hicimos la promesa hace muchos años de cumplir nuestro deber y explorar la felicidad...— ambos rieron de los momentos de felicidad que vivieron juntos, — pero hay veces en los que no pueden coexistir mutuamente. — La sonrisa de Rhaenyra flaqueo mientras asentía, — Sir Qarl pronto regresara a la batalla, — la sola mención de aquel hombre hacia de un hueco el estomago de Rhaenyra. — Pero yo me comprometo contigo, a fortalecer mas nuestra casa y prepararte para tu ascensión. Criare a nuestros hijos para ser príncipes del reino, — las lagrimas amenazaban con caer de los ojos de ambos.

El engaño de la sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora