Capítulo 4. Tang Tang convenció a su madre.

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El patio del recién nombrado ministro de guerra, Li Changfu, en la Capital, se ubica en una esquina del suroeste, con un pequeño pabellón y habitaciones en ruinas.

No había luz en el interior, el gallo cantaba tres veces fuera del patio, el vigilante nocturno pasaba sin prisa, y un joven apuesto estaba sentado frente a una mesa, recibiendo los cálidos rayos del sol y apoyando su mano en la barbilla, mirando fríamente hacia abajo.

—¿Adónde vas?

Su voz era tan melodiosa como el canto de un fénix, fría como el hielo y pura como el jade, pero para los oídos era como una sentencia suspendida.

—Este subordinado ha fallado en su deber, Mi Señor, por favor castígueme.

El hombre inmediatamente se arrodilló, con la cabeza tocando el suelo, su frente había chocado contra este y la sangre goteaba.

—Al mediodía, este subordinado vio el sello de los Guardias Xiuyi. Me puse ansioso y decidí seguirlos, al final, sólo los vi realizando sus maniobras habituales.

Los Guardias Xiuyi son los guarespaldas del difundo Emperador, y todos debieron irse con el difunto Emperador hace nueve años.

—¿Los alcanzaste? —preguntó Su Huaijing sin prisa.

Xingfeng apretó los dientes, en sus ojos había remordimiento y un odio monstruoso tan abrumador que no podía ser desvanecido.

—¡Este subordinado merece morir! Esa marca era una imitación, lo perseguí hasta las afueras de la ciudad, y cuando me di cuenta de algo estaba mal, inmediatamente regresé.

—Je. —Su Huaijing dejó escapar una suave risa, como si hubiera escuchado alguna broma celestial, y sólo después de un largo rato, preguntó suavemente: —¿Imitación? Un sello de imitación pudo hacer que te alejases de mi lado, ¿cómo quieres que confíe en ti en el futuro?

—Este subordinado... debe morir. —Xingfeng se dio un fuerte golpe, golpeando su cabeza contra el suelo, su cuerpo estaba inclinado y sus lágrimas caían acompañadas de sangre, como si estuviera en el infierno.

Al darse cuenta de que algo estaba mal, inmediatamente se apresuró a regresar, en el camino, su corazón cayó cada vez más profundo, y un pánico indescriptible arrasó su cuerpo.

Hace dos días, su Maestro acababa de decir que Li Changfu es impuro, con intenciones malvadas y que tenía miedo de que actuase contra él, hoy, regresó, casi volando, al patio y no encontró a nadie en las habitaciones, por lo que entró en pánico, y en medio de su preocupación, escuchó a los subordinados del patio chismeando, por lo que una fuerte intención asesina casi envuelve a Xingfeng.

«¿Cómo se atreve...?»

«Li Changfu, ¿cómo se atreve...?»

«¡Es el Séptimo Príncipe, el más honorable y noble de Dayu, el primer hijo del difundo Emperador! ¡¿Cómo se atreve a tratarlo como... como un prostituto, drogarlo y enviarlo a un burdel?!»

«¡¿No tiene cerebro?!»

La ira de Xingfeng surgió, su visión de nubló, sus uñas se enterrron en las palmas de sus manos, se inclinó pesadamente de nuevo, y se levantó, dispuesto a irse.

—¡Este subordinado irá y torturá a Li Changfu, haré que ruegue por un castigo para librarse de sus pecados!

Xingfeng corrió hacia la puerta, y tan pronto como levantó su cuerpo, llevó consigo un aura asesina que indicaba que iba a matar a alguien, pero un voz débil vino de detrás de él:

—Detente.

Xingfeng detuvo sus pasos y se giró para mirarlo.

Su Huaijing se levantó y arrojó algo sobre la mesa, caminó hacia la habitación interior y dijo tranquilamente:

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