Albóndigas noruegas para el camino hacia la inminente muerte.

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Creo que ya te estarás imaginando que no me siento preparada en lo absoluto para nada de esto, colega. Me encantaría decirte que al menos tenía algo de confianza en todo lo que había entrenado, que en cierto punto confiaba que mis poderes me respaldarían lo suficiente, pero no. Creo firmemente que no tengo absolutamente nada a mi favor, que me llevaré la paliza de mi vida y que el Olimpo se caerá por culpa mía —lo cual tampoco suena tan mal, pero oye, el mundo entero me insiste con que eso sería lo peor que podría llegar a pasar—.

Además de que la noche luego de la llamada-iris con mi hermanastro y de haberme ido a dormir sin cenar porque estaba sin nada de ganas, todo eso fue concluido con una nueva pesadilla. Bueno, nueva no era, fue exactamente revivir una vez más lo de la antigua pesadilla, solo que en esta ocasión no desperté desangrándome, y la voz de la chica que no llegaba a ver empezó a sollozar en cuanto terminó de entonar los últimos versos de la canción de cuna que siempre me cantaba papá. Sigo sin entender quién está ahí abajo, cantando, suplicando para que la dejen ver a su madre, repitiendo la canción de cuna de mi padre. Me he planteado hacerle una llamada-iris a papá para preguntarle de dónde había sacado aquella nana, pero la verdad es que ya no hay nada de tiempo. Hoy salgo con las chicas a darles nuestro pésame a Iduna Snow y luego Isabela, Rapunzel y yo iremos directamente a la boca del lobo, a enfrentarnos con Haddock.

Yupi.

Voy a necesitar una excusa, el muy desgraciado de Nico (mentira, no es un desgraciado, es un amor, pero estoy indignada con él) me colgó antes de que pudiera preguntarle si podía llegar a compartir las noticias de que, oh, vaya, la maldita Elsa Snow no está muerta.

No creo en lo absoluto la teoría de Eugene, pero, colega, tenemos que estar de acuerdo con que no estaría mal que se acercara a decirnos que, a pesar de haber recibido un rayo de Zeus en toda la cara está bien. Oye, que tal vez no pueda, pero, no sé, un mensaje iris cuesta un solo dracma, tan difícil no puede ser.

Tal vez solo estoy enfurruñada por el hecho de que tarde o temprano voy a tener que pedirle consejos amorosos a mi queridísima madre me tiene de los nervios. Nico había tenido razón, eso de verme obligada a hablar con ella para conseguir alguna respuesta decente no me gustaba en lo absoluto.

Tendría que leer algo sobre el mito de Adonis, para por lo menos tener algo que reclamarle y no estar completamente pérdida.

Me estiro por completo mientras me levanto, gruñendo cuando todos los huesos me truenan. Dioses, me estoy convirtiendo en una zombie por estar demasiado tiempo en esta maldita cabaña, o tal vez es solo que dormí en una mala posición.

Arreglo como puedo mi cabello mientras parpadeo pesadamente, debí haberle preguntado a Nico si lo de que me cueste cada vez más levantarme por las mañanas también es cosa de ser hija del Inframundo... o sencillamente el otro día me macharon demasiado a la hora de entrenar.

Siseo con molestia en cuanto abro la puerta, cierro con fuerza los ojos y me tapo levemente el rostro con la cara. —¿Tienes que brillar tanto en la mañana? —le lloriqueo a Rapunzel, recibiendo solo su risilla como respuesta.

—Buenos días a usted también, su majestad —me bromea, no la veo directamente porque no me quiero quedar ciega, pero estoy segura que está sonriendo de oreja a oreja con sorna—. ¿Por qué no viniste a cenar anoche?

Es solo cuando habla que me doy cuenta que Isabela, Astrid y Heather también están ahí.

La hija de Deméter —que, según el extrañísimo árbol genealógico que es el Olimpo, básicamente es mi tía— inclina la cabeza y solo cuando confirma que la estoy viendo sonríe con gracia. —¿Te quedaste refunfuñando en tu cuarto porque confirmaste que tu idea no funcionaría?

Percy Jackson y la Venganza por Cleóbula.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora