Fourth Reflection.

82 9 15
                                    

Tomó varias respiraciones profundas, cada una llenando sus pulmones con el aire frío y agradable del cielo. Sus dedos temblorosos se aferraban con una fuerza desesperada al mango metálico de su lanza, sintiendo el frío del metal penetrar a través de sus guantes blancos. Su cuerpo estaba en agonía; cada músculo, cada fibra de su ser le suplicaba que abandonara su misión y regresara a la seguridad de su habitación, a la comodidad de su cama cubierta de suaves sábanas. Pero no podía, no ahora. Era su deber, su responsabilidad, y debía cumplirlo a toda costa, incluso si eso significaba ignorar el dolor que la consumía lentamente. Bajó la mirada hacia sus brazos, que ardían con intensidad. Las heridas del entrenamiento del día anterior aún estaban frescas; las marcas viles y despiadadas eran un recordatorio constante de su debilidad. A duras penas había logrado limpiar el icor dorado que brotaba de ellas antes de ponerse los guantes; la sensación pegajosa aún persistía.

Levantó la vista al escuchar el grito de Adam, un sonido que resonó en el aire, llenando el silencio del lugar con un eco alentador. El portal se abrió ante ellos, pareciendo devorar la luz y la esperanza. Se elevó con sus hermanas, sus alas batiendo al unísono en un ritmo hipnótico, creando una sinfonía de movimientos mientras atravesaban el umbral. Al sobrevolar la ciudad, los gritos y súplicas de los pecadores llegaron a sus oídos, un coro de desesperación que la llenó de una sensación helada. Eran voces de almas humanas, llenas de miedo y arrepentimiento, que se elevaban desde las calles oscuras y retorcidas como un lamento desgarrador. Sintió cómo su cuerpo se tensaba, cómo su corazón latía con fuerza contra su pecho. No quería hacer esto, no quería ser el verdugo de esas almas humanas. Pero tenía que hacerlo. Era la única forma de evitar la ira de Lute y Adam, de evitar el castigo y el dolor que seguramente vendrían si desobedecía. Todo el respeto que sentía por su teniente y su general se había transformado en un temor casi inexplicable. Temía al dolor, temía a sus rostros de decepción. Pero más que nada, temía a la posibilidad de convertirse en lo que más despreciaban, un ángel caído.

Contuvo las ganas de llorar, tragándose las lágrimas que amenazaban con brotar. Con un último aliento, cargado de determinación y miedo, se abalanzó sobre el primer pecador que vio. Con un movimiento rápido y preciso, como el de un halcón en plena caza, atravesó su pecho, otorgándole una muerte rápida y misericordiosa. En cualquier momento, sus sentimientos la abrumarían. Ella no quería seguir siendo el monstruo que asesinaba en nombre del cielo. La culpa se estaba formándose y enroscándose alrededor de su corazón puro, como una enredadera que no paraba de crecer. Sacó la lanza del pecho del pecador, llenando su uniforme de la sangre carmesí que brotaba de la herida. El líquido vital goteaba en el suelo, creando un charco oscuro a sus pies. Sin perder tiempo, se lanzó tras otro pecador que corría por una de las calles, repitiendo esta acción una y otra vez, como un ciclo interminable de violencia y muerte.

Cuando ya no pudo controlarlo más, las lágrimas brotaron de sus ojos bajo la máscara, mezclándose con el sudor de su frente. Unas fuertes náuseas la invadieron, deseaba que todo esto se detuviera de una sola vez. Ya había perdido la cuenta de cuántos pecadores había asesinado desde que el exterminio había iniciado. Unos sollozos la hicieron salir de sus pensamientos, voló en dirección de donde provenían, como un depredador en busca de su presa. Al llegar, se encontró a un pecador que huía desesperado de la espada de Lute. Decidió seguirlos de lejos, oculta en las sombras. 

A pesar de que estaba acostumbrada a presenciar ese tipo de escenas, no pudo evitar sentir desagrado al ver cómo la espada atravesaba la espalda del pecador hasta salir por su pecho en un movimiento bastante rápido. Lute retiró la espada del cuerpo del pecador, generando un desagradable sonido húmedo y pegajoso. Con cautela, Vaggie se acercó a su teniente.La risa de Lute, una melodía desagradable y perturbadora, resonaba en su mente, una sinfonía de horror que no podía ignorar. Lute, con una gracia fría y calculada, sacudió su espada, desprendiendo la sangre que la manchaba, cada gota cayendo al suelo con un eco silencioso. 

✞Seeds of Paradise's Reflections✞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora