3. La Llamada

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El fin de semana fue verdaderamente aburrido. No salí para nada de mi casa, ni siquiera para comprar.

El domingo en la noche me la pasé viendo videos en internet hasta altas horas de la noche, lo que sólo provocó que me levantara tarde.

—¡Maldición! —pensé al ver que ya eran más de las siete de la mañana.

Me levanté de prisa, desvistiéndome camino al baño. Ni siquiera pude darle tiempo al agua de calentarse, así que me bañé con agua fría.

Una vez terminé, me alisté con lo primero que agarré del armario, me lavé los dientes, tomé mi mochila y bajé corriendo las escaleras.

Mi mamá ya se había ido a trabajar, así que iba especialmente tarde.

Al ver que el autobús no daba señales de que fuera a aparecer en algún momento, hice lo que cualquier persona normal haría... Correr.

Corrí aproximadamente 15 cuadras para llegar a la universidad. Entré al campus y me dirigí a mi facultad. Una vez llegué, corrí hasta mi salón y justo cuando llegué, alguien más llegó corriendo.

  —¡Ah! ¡Hola! —dijo entusiasmada esa voz tan conocida.

Mi corazón se aceleró. No podía ser cierto, ¿Era él? ¿Qué hacía aquí?

  —¿Damián? —pregunté con un hilo de voz.

  —Sí, soy yo —respondió riendo—. Así que estudias arquitectura, ¿No?

  —Bueno, sí —respondí—. Pero, ¿Tú qué haces aquí? ¿Aquí estudias o qué? —pregunté deseando que dijera que sí.

  —No, yo sólo venía a...

  —¡Señor Alcocer! —dijo en tono de molestia el profesor abriendo la puerta del salón— ¿Son estas sus horas de llegar?

  —No maestro, yo ape...

—Si va a entrar a la clase, entre de una vez. Esta es la última vez que se lo dejaré pasar —dictaminó—. Y usted, jovencito, debería ir a sus clases —dijo ahora dirigiéndose a Damián.

—Sí, maestro —respondió Damián.

Damián me miró y en un susurro dijo:

—Te veré después.

Se dio la vuelta y se fue. Yo sólo lo quedé mirando antes de entrar al salón. Una vez dentro pude divisar a Daria y Raúl platicando. Fui a sentarme con ellos.

—¡Buenos días! —dijeron ambos al unísono.

—Buenos días, chicos —respondí sin mucho ánimo.

—¿Qué tienes? —preguntó Daria.

—¡Señorita Artziniega! —dijo el maestro azotando la mano sobre el pupitre de Daria haciéndonos dar un brinco a los tres— ¡Ponga atención o la saco del salón!

Dios mío, este maestro parece ser el peor de todos. Le grita a todo mundo como si fuera la única manera de enseñar. Tan siquiera enseñara bien, pero la verdad, creo que nadie del salón entiende de lo que habla.

Luego de tal bochornoso acto, mejor nos quedamos en silencio esperando a que el maestro terminara de dar su aburrida clase de Resistencia.

Al cabo de dos largas horas terminó y por fin pudimos tener un descanso en el receso.

Decidimos ir a la cafetería a comprar algo para comer, pues ninguno de los tres llevaba almuerzo de casa.

—Ustedes pidan, yo pago —dijo Daria sacando su billetera de conejito.

Las Flores de DanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora