10. El Susto

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Llegué a mi casa abrumado. Me sentía confundido, verdaderamente no sabía qué estaba pasando. ¿Hice algo mal? ¿Le dije algo malo a Damián?

La duda me invadía y no sabía qué hacer. Durante el resto del día en la escuela me contuve, pero una vez entré a mi cuarto cerrando la puerta detrás de mi, me solté a llorar.

Estuve llorando hasta el anochecer. Ni siquiera comí. Estaba muy triste.

Cuando sentí mis ojos secos, me levanté de la cama. Me dolía el estómago de hambre, así que bajé a la cocina a buscar un bocadillo sin encender las luces. Tomé unas galletas de la alacena y me serví un vaso de leche.

Estaba comiendo parado descalzo junto a la barra de la cocina cuando escuché la puerta abrirse.

—¿Ma? —pregunté.

No obtuve respuesta, así que decidí salir de la cocina hacia la sala con el vaso de leche en la mano. La puerta estaba entreabierta.

—¿Mamá? ¿Eres tú? —volví a preguntar, de nuevo sin obtener respuesta.

Una sensación extraña invadió mi cuerpo, sentía cómo mis músculos se tensaban, así que puse el vaso de leche en la mesita al centro de la sala.

No tenía mi teléfono a la mano, lo dejé en la habitación, así que no podía llamar a nadie. Me acerqué a la puerta cautelosamente, cuando de pronto sentí que alguien me tomó con fuerza por la espalda. No podía ver quién era.

El miedo me invadió y aunque intentaba gritar no podía, además, esa persona intentaba cubrirme la nariz y la boca un pañuelo de olor raro. Entre forcejeos logré zafarme de su agarre y salir corriendo de la casa.

Corrí por varias cuadras sin detenerme. Cuando me di cuenta de que nadie me estaba siguiendo me detuve. Estaba en una esquina que no conocía. Había una enorme casa azul de dos pisos donde yo estaba parado, un poste y un terreno baldío en contraesquina.

Intenté ubicarme pero no podía. Me quedé ahí parado un momento sin saber qué hacer. Tenía la respiración muy agitada y mi corazón latía muy rápido aún, por lo que decidí sentarme en el suelo.

De pronto, un fuerte sonido me hizo exaltar y voltear en dirección de donde provino ese sonido, para ver que un chico había abierto el portón de la casa grande y me miró.

—Perdón, creo que te asusté —dijo en tono calmado, pero se notaba cierta vergüenza en su voz.

—N... No te preocupes —dije.

—¿Estás bien? Te ves algo agitado —dijo mientras salía de su casa.

—Alguien se metió a mi casa e intentó hacerme daño —respondí.

Su expresión cambió a una que denotaba preocupación.

—Ven, entra —dijo haciéndome señas para que entrara a su casa.

Desconfié un poco por el miedo, pero también temía que esa persona me estuviera buscando y no sabía dónde estaba realmente, así que decidí acceder.

Lo seguí hasta llegar a su sala, donde me dijo que me sentara para posteriormente traerme un vaso de agua.

—Gracias —le dije mientras recibía el vaso.

—¿Necesitas un teléfono? —preguntó.

—Sí, por favor —respondí.

El chico sacó su celular de su bolsillo, lo desbloqueó y me lo dio. En ese momento marqué el número de mi mamá.

—¿Bueno?

—¿Bueno? ¿Mamá?

—¿Dante? ¿Qué pasó?

Las Flores de DanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora