7. Salvación

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Seguí buscando entre la multitud de la fiesta. El ruido de la música, los gritos de la gente eufórica, las risas, las luces, todo me aturdía.

Después de luchar por no morir aplastado entre tanta gente, logré salir a la calle.

Caminé unos pasos hasta cruzar la calle y sentarme un minuto a tomar el aire en la banqueta de enfrente.

El viento soplaba bastante frío, estaba despejado y la luna estaba menguante y el cielo muy estrellado.

Me quedé mirando el cielo algunos minutos mientras pensaba en lo que había pasado.

Luego, alguien se acercó a mí.

—Eh... —dijo sacándome de mis pensamientos— ¿Vas a irte a tu casa ya?

Damián parecía haber estado llorando. Su voz se escuchaba algo ronca. Me miraba con una cara de tristeza, decepción y confusión.

—Creí que te habías ido —dije levantándome.

—Le prometí a tu mamá que te cuidaría —respondió—. No puedo dejar que te vayas solo.

Lo miré unos instantes, parecía estar conteniendo las lágrimas. Luego de eso, caminamos hacia su camioneta sin decir nada.

Subimos a ella y durante algunos minutos estaba tratando de encontrar la manera perfecta para explicarle lo que había sucedido.

—Oye, Dami —intenté hablarle, pero él no respondió.

Pensé que quizá no quería hablar de ello.

—Perdóname —respondió al cabo de unos segundos.

Su respuesta me tomó por sorpresa.

—¿Por qué me pides perdón? —pregunté confundido.

—Por huir —dijo.

—Yo...

—Sé lo que pasó —me interrumpió—. Cuando iba saliendo, un chico me habló y

me dijo que alguien había estado jaloneando al chico con el que vine a la fiesta, o sea, a ti.

Me quedé viéndolo sin decir nada.

—Luego, cuando fui a buscarte me encontré con Valentín y vi que estaba demasiado borracho. Quise golpearlo pero, logré controlarme... Sólo... Sólo no quiero volver a verlo —justo en eso comenzó a llorar—. Perdóname. Si no te hubiera dejado solo, nada de esto hubiese pasado —dijo con la voz quebrada, haciendo que se me hiciera un nudo en la garganta.

Damián decidió detenerse. Ir manejando mientras lloraba no parecía ser muy buena idea.

—No te preocupes —dije mientras lo abrazaba—. No fue tu culpa.

Su llanto era silencioso, sólo se escuchaba cómo sollozaba. Se acurrucó en mi pecho mientras yo lo abrazaba y le acariciaba el cabello.

Estuvimos así, en esa posición durante varios minutos. Unos quince minutos después, por fin su respiración se había controlado y ya no sollozaba tan seguido.

En eso comenzaron a escucharse unos ligeros golpecitos en el techo de la camioneta. Damián se levantó y yo miré hacia enfrente. Unas pequeñas gotas de agua estaban cayendo en el parabrisas. Tal parece que en ese lapso de tiempo, unas nubes de lluvia aparecieron y estaba comenzando a llover.

—Es hora ir a casa —dijo mientras volvía a encender el coche.

Intentó encenderlo, pero no pasó nada. Volvió a intentar y otra vez, nada.

Intentó varias veces encender la camioneta pero no lo logró. Estábamos completamente varados en una zona que yo no conocía y Damián tampoco parecía conocer bien y la lluvia cada vez estaba más fuerte, hasta que se convirtió en una gran tormenta.

Las Flores de DanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora