Liz Shay, prima de Carly Shay, llega a Seattle y se reencuentra con sus mejores amigos de la infancia y con su primer amor, Freddie Benson.
Un castigo que se convierte en el mejor show de internet lleva a los cuatro jóvenes al éxito. Situaciones ll...
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Elizabeth Shay
— Oigan, ¿cuál de esta camisa me pongo mañana? — Mi primo Spencer llegó preguntando.
— ¿A dónde vas? — le preguntó su hermana.
— A la prisión.
— Ay, por Dios, ¿qué descargaste, Spencer?
— Puedo hacer algunas llamadas para sacarte de este problema. — sugerí.
— No iré a la prisión por eso. Enseñaré arte. — nos explicó. — Entré a un programa donde le enseñas habilidades útiles a los presos para que cuando salgas no tengan que volver a una vida de crimen.
— Entonces usa la camisa azul. No quiero que con la naranja te confundan con uno más de esos convictos. — señalé la camisa con cuadros.
Mi teléfono comenzó a sonar y el nombre de mi madre apareció en la pantalla. Como pude, logré lanzar mi celular hacia Freddie. — Contesta tú, dile que no estoy.
— Yo no le caigo bien a tu madre, no lo creerá. — me lanzó el celular de regreso.
— Spencer. — supliqué. El mayor se acercó a mí para tomar mi celular para después acercarlo a su oreja.
— ¿Por qué no quieres responderle? — me preguntó la pelinegra en voz baja.
— Porque estoy cansada. Me llama todos los días para saber quién será mi pareja para el baile y para preguntar que zapatos prefiero usar. — susurré sentándome en una de las sillas de la cocina.
Cuando mi primo finalizó la llamada me devolvió mi celular. — Habló para decir que te enviará referencias de peinados, que tienes que elegir uno. — caminó en dirección al refrigerador. — ¡Ah! y que si no consigues una pareja para el día del ensayo, lo tendrá que hacer ella misma.
Recargué mi cabeza sobre la mesa y solté un quejido de cansancio. — ¿Por qué acepté hacer esto? — el recordatorio indicándome que era hora de ir a mi clase de baile sonó, tomé mis cosas y me despedí de mis amigos.
Durante el camino mi madre volvió a llamarme, esta vez no tenía a nadie a mi lado que pudiera responder por mí, así que tuve que hacerlo yo.
Entré a la clase de la srita. Allen con el teléfono en el oído. — No, madre. Mi tarjeta de presentación no dirá eso. — dejé mis cosas a un lado mientras escuchaba la respuesta de la mujer al otro lado de la línea. — ¡Porque mis únicos intereses no son arreglarme las uñas e ir a eventos sociales! — alcé la voz. — Debo colgar, hablamos luego.
Todos los detalles para el cotillón me mantenían frustrada, la señorita Allen me pidió pasar al frente y practicar mi coreografía frente a la clase, así para que ella pudiera ver y corregirme antes del día de la presentación.
