doce.

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juan.

durante la mañana siguiente, no puede evitar notar como todos lo miran en el desayuno. no solo a él, a blas también.

sabe que ya notaron que ambos están peleados.

normalmente comienzan la mañana juntos, bromeando entre ellos y compartiendo sus desayunos. esta mañana no es así.

blas está sentado en otro mesa, totalmente serio y sin hablar. él está con esteban y francisco sentados enfrente suyo, notando sus miradas exigentes.

quieren una explicación de por qué blas se apareció en medio de la madrugada en su habitación compartida para pedirles que por favor lo dejaran dormir con ellos.

y como si eso no fuese suficiente para él, felipe también lo mira intensamente. puede notar el brillo de preocupación y lástima por él en sus ojos celestes.

toma su café con leche en silencio, ignorando las miradas sobre él y las intenciones de iniciar una conversación sobre lo que pasó anoche.

sus ojos buscan al pelinegro en todo momento y en contra de su voluntad, viéndolo jugar con su desayuno sin comer realmente. no habla con los demás sentados en su mesa, que a diferencia de él se ven muy felices y energéticos hoy.

tiene los codos apoyados sobre la mesa de madera barnizada y la cabeza caída hacia adelante. no mira a nadie y mucho menos quiere mirarlo a él.

—¡en media hora salimos!

[...]

el resto del día no mejora para él.

está oscureciendo cuando vuelven al hotel todos juntos. el cielo oscuro y el frío crudo del invierno los golpea en la cara cuando bajan del transporte privado encargado de ellos.

camina directo hacia su habitación, sin detenerse a hablar con los demás. quiere darse una ducha caliente antes de bajar a cenar con el resto.

cuando llega a su habitación, cierra la puerta detrás de él y tira su bolso bandolera sobre su propia cama. está a punto de empezar a quitarse la ropa, cuando la puerta detrás de él vuelve a abrirse.

no necesita darse la vuelta para saber quién es. solo hay una persona aparte de él que tiene una tarjeta de ingreso a la habitación.

blas cierra nuevamente la puerta y pasa junto a él sin mirarlo. va directo hacia su mesa de luz y abre el primer cajón para sacar sus auriculares inalámbricos y otras cosas.

él lo mira desde donde se encuentra de pie.

—¿podemos hablar?—pregunta cuando finalmente ve que el otro guarda todo lo que buscaba dentro de su mochila. parece que esta noche también va a dormir solo.

el pelinegro no responde. puede ver que tiene la mandíbula fuertemente apretada.

—te estoy hablando.

otra vez no hay respuesta. suspira con cansancio, frotando sus sienes con las puntas de sus dedos.

—podes dejar de ser un nene.

parece que esta vez si logra llamar la atención del otro.

blas lo mira mientras deja su mochila ya llena de algunas de sus pertenencias sobre su cama.

—no me digas así.

—¿cómo?—pregunta mirándolo también.—¿nene?

el otro no responde. no importa, porqué él sabe la respuesta.

—así te estás comportando, blas.—continúa.—como un nene.

ve como la mejilla derecha del pelinegro se abulta cuando pasa su lengua interiormente por ella. tiene el ceño fruncido y la mandíbula tan apretada que cree que podría llegar a dolerle.

blas está enojado, no tiene dudas. pero él también lo está.

—¿de qué querés hablar?—pregunta el otro, aparentemente cansado de simplemente mirarse mutuamente con los ceños fruncidos y los ojos duros.—¿vas a decirme que la culpa es mía y que tengo que pedirte perdón?

sus dientes se aprietan entre sí con mucha fuerza ante lo último dicho por el otro.

—andate a la mierda.

renuncia a intentar hablar de forma madura con el pelinegro. no tiene caso.

se da la vuelta y comienza a caminar hacia la puerta, dando por terminada su no charla seria.

blas puede hacer lo que quiera. ya no le importa.

pero antes de que pueda abrir la puerta de la habitación, siente unas manos grandes y fuertes en su cintura que tiran de él para darlo vuelta. de un momento a otro, tiene la espalda contra la madera barnizada y el pelinegro está frente a él con la respiración agitada.

intenta apartar al otro con las manos en su pecho, pero blas tiene más fuerza que él y es más hábil. termina con sus manos sobre su propia cabeza, siendo sostenidas firmemente por sus muñecas.

lo mantiene contra la puerta detrás de él con su cuerpo y su agarre doloroso en sus muñecas. intenta pelear pero es inútil, y él lo sabe.

—soltame.

el pelinegro ignora su pedido y lo mira fijamente. sus pupilas dilatas y su respiración acelerada.

—¿no querías hablar?—pregunta el contrario, acercándose más a él. sus labios se rozan entre sí.—ahora vamos a hablar.

disimular ; juan x blas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora