Capítulo 1

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Un día me dijo "vete, total siempre vuelves a mí",
Entonces me fui, para no regresar jamás.

-Chavela Bargas

—¡Perdóneme, señorita!

—¡Que te perdone tu madre!

La enorme mancha de café ardiente se expandía en mi cuerpo aún con más velocidad que la sorpresa en el rostro del mesero.

Varias personas se giraron a mirarme con los ojos juzgones pero mi rabia podía contra cualquier crítica que estuvieran haciendo sobre mí.

—¡Yo me encargo, no se preocupe!—el chico comenzó a tomar servilletas con desesperación para colocarlas sobre mi pecho, como si creyera que con sobarme los senos desaparecería el desastre.

—¡Yo puedo sola!—rechisté alejándolo de mí. Arranqué las servilletas de mi cuerpo, las aventé en algún lugar de la mesa junto con el dinero del desayuno y me levanté para alejarme de ahí.

Ese pobre tipo no tenía la culpa de mi mal humor. Claro que no. Él no me había obligado a tomar un avión para ir a la ridícula boda de Jenna, mucho menos perdió mi maleta en el aeropuerto ni le pidió a mi jefa que tuviera la fantástica idea de cargarme de trabajo incluso en mis vacaciones forzosas.

Pero a pesar de ser inocente de todo lo anterior, sí que había cometido el error de vaciar el café encima del único cambio de ropa que me acompañaba. Y cuál volcán ardiente, solo exploté.

—No seas exagerada. Cómprate otra blusa y ya. De todas formas, pasarás una semana en Cancún y sin maleta, necesitarás con urgencia unos cuantos cambios—contrapuso Katleen del otro lado de la línea, unos cuantos minutos después, cuando me subí al taxi aún echando chispas.

—Mi plan no era gastar dinero en esta estupidez.

Escuché su suspiro como si la tuviera junto a mí y no del otro lado del país.

—Relájate, solo serán unos días.

—No, Katleen, será una maldita semana, ¡y se supone que vendrías conmigo!

—¡Lo intenté!, pero tenemos la entrega del artículo para este fin de semana, no me puedo dar la libertad de irme de fiesta.

—¿Y yo si?

—Tú puedes comprarte un traje de baño bonito y seducir a muchachos guapos que alivien tu estrés.

Solté un bufido. Mi mal humor era una nube espesa que comenzaba a ahogarme en el taxi. Incluso el chofer parecía notarlo, porque daba miradas por el espejo retrovisor como si temiera que incendiara el asiento o lo rompiera a mordidas.

Me recargué cerrando los ojos y suspirando.

—De todos los meses qué hay en el año, ¿por qué la entrega del artículo debe ser este fin?

—Quizás porque Álvarez quería joderte.

Y no sería novedad.

Tenía dos años desgastándome por esa empresa. Ser contratada en una editorial importante después de haber hecho mi servicio social ahí, no era un golpe de mera suerte. Fue concebido con trabajo duro, lágrimas, sangre y mucha dedicación.

Y ahora, ¿qué hago yo con este amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora