Y lo que más me dolió fue que te importó una mierda como me pude haber sentido yo.
Gabriela Parada.
—¡Hoy es día de spa!—comenzó a festejar Kathleen meneando las caderas por toda la habitación.
No contesté. Tenía la cabeza metida en las notas del teléfono desde que tomé el taxi para volver al hotel. No podía detener a mis dedos. Solo escribía, escribía y escribía para el artículo.
Maldito corazón roto que me daba buen material.
—¿Qué tienes aquí?—preguntó mientras sanaba ella misma su propia duda abriendo las bolsas de ropa que arroje al suelo.
Mi vista seguía clavada en los párrafos que parecían escribirse solos.
—¡Vaya, mira que hermoso!—sacó un conjunto de ropa interior que compré después de mandar a Santiago al diablo. Era rojo, de encaje y lo tomé solo porque me gustaba sentirme sexy debajo de la ropa. Ese era mi secreto para la seguridad, y me encantaba—. ¡Y este de acá es una bomba! Siempre has tenido buen gusto para las tangas, querida amiga, aunque prefiero las de hilo.
Solte una risa mientras me obligaba a arrancar el teléfono de mis manos.
Mi último linea fue " y no muestres debilidad, que de ahí se agarran incluso hasta las personas más buenas".
Yo era la mejor para dar consejos... pero se me daba pésimo seguirlos, tanto que iba a tener que poner todas esas hojas en una licuadora, molerlas y beberlas a ver si así se me quedaba algo.
—¿Estás bien?
Levanté la vista. Kathleen estaba con una ceja alzada, la mirada juzgona y mi ropa interior entre las manos.
—Te conozco—insistió—, ¿qué sucedió?
Solté un suspiro tan grande que no supe cuanto tiempo había estado así rígida. Quizás desde que me subí al auto con Santiago. Quizás desde que llegué a ese maldito lugar.
—Ese suspiro fue muy dramático.
Cerré los ojos y eché la cabeza para atrás.
—Santiago me llevó a la ciudad a comprar esas cosas.
—Diablos... ¿le dejaste escoger las tangas?
Reí con una carcajada que eliminó parte del peso que tenía en los hombros.
—¡No! Lo mandé al diablo y después fui por la ropa interior. Volví aquí en taxi.
—¿Y se besaron salvajemente?
Abrí los ojos y la aniquilé con la mirada. Ella me miró con inocencia.
—¿Qué clase de pregunta es esa?
—Solo recolecto información—fingió demencia mientras regresaba la ropa interior a la bolsa—. Quizás unos buenos besos te quiten el jodido humor que traes.
Se burló con una sonrisa que levantó todas mis alertas.
Achiqué más los ojos.
—¿Tú qué tienes?—interrogué—. Estás más extraña que de costumbre.
Sacó una bragas moradas y comenzó a jugar con ellas entre los dedos.
—Kathleen.
—Hablé con Álvaro.
—¡¿Qué?!
Sus ojos me miraron con un brillo malvado que solo le había visto en sus peores travesuras.
—Me lo encontré en el comedor durante el desayuno. Él muy cabrón se sentó en mi mesa buscando una nueva conquista... ¡y no me reconoció!
—¡¿Qué?!
No se me ocurría nada más que decir.
Kathleen tenía una belleza filosa pero no había sido así toda la vida. Ella era la niña de los vestidos y los moños, después la adolescente con padres sobreprotectores que usaba las faldas a las rodillas, no tenía permiso para depilarse el bigote y no le iba su cabello natural, además, el acné la había atacado fuertemente, tanto que ni siquiera yo entendía cómo era que había cambiado tanto.
Para su mala suerte ella siempre había estado enamorada de Álvaro, y siendo la única chica en aquel grupo de tres (Álvaro, Kathleen y Santiago) le tocaba ver cómo se acostaba con todas las mujeres de la ciudad.
Ese tipo fue su primer corazón roto.
Y el inicio de la sexy mujer que ahora estaba frente a mí.
—¿ No le dijiste que eres tú?
—¡Claro que no! Que se joda. Este es el inicio de mi venganza.
En boca de mi mejor amiga esa palabra me daba miedo.
—¿Y cuál es tu plan?
Sus ojos volvieron a brillar.
—Hacerlo pedazos. Terminará deseándome tanto que no habrá cosa en el mundo que quiera más que a mí, y justo en ese momento le haré trizas el corazón como él me lo hizo a mí.
—Eso tiene tantas maneras de salir mal—pronuncié lentamente mis palabras.
—Pero no será así—respondió encogiéndose de hombros y andando hasta el itinerario que estaba sobre la mesa de centro—. Hoy toca día de spa, ¿recuerdas?
Cambio de tema, intentando evadir mi sermón.
—No quiero que salgas lastimada.
—No será así—siguió con la vista clavada en el trozo de papel—. Todo saldrá bien, confía en mí. Además, tú eres la masoquista que se está clavando un puñal en la herida con Santiago.
Cambió la jugada.
Y supo muy bien cómo hacerlo.
—Escuché que Emilia le dio una bofetada anoche.
Sus palabras me tomaron por sorpresa.
Ella me había dicho que lo haría pero...
—¿Bromeas?
—No, él abuelo los miró y se lo contó a todo mundo. Dicen que ella estaba furiosa y le dijo que se sentía decepcionada, pero nadie sabe por qué.
—Y que así se queden.
En la ignorancia estaban mejor.
Que aquel secreto se supiera no le haría bien a nadie.
Justo en ese momento el celular me comenzó a vibrar en el regazo.
Cuando lo levanté el mundo se sacudió tan fuerte que me entraron ganas de vomitar.
"llamada entrante de Santiago".
Me temblaron las manos.
Era la primera vez que me marcaba desde...
—Vamos a ese maldito spa.
Me levanté del sillón y lo dejé sonando.
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Y ahora, ¿qué hago yo con este amor?
RomansValentina tomó un vuelo hasta Cancún solo para la boda de su prima. ¿Y todo para qué? Para descubrir que el futuro esposo es su ex, aquel que creyó haber olvidado unos cuantos años atrás cuando le rompió el corazón, pero que ahora, después de ver su...