Capítulo 4

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Agradece la crisis que te hizo crecer.

Autor no encontrado.

Presente

—¿Qué haces aquí?—pregunté completamente a la defensiva, deseando empujarlo al mar para desaparecerlo.

Él solo se quedó estático, mirándome, como si no creyera que fuese a voltear para contestarle.

—Vine por Max para que nos acompañara en la búsqueda del tesoro pero salió corriendo cuando te miró.

Su voz era desconocida y a la vez familiar.

—¿Lo trajiste al hotel?

—Tienen un área para mascotas—lo dijo como si fuera la cosa más casual del mundo. Como si nuestra última conversación no hubiera sido dos años atrás en unas circunstancias devastadoras.

El silencio pronto hizo un agujero en mi estómago y antes de darme cuenta, el vomito ya me estaba subiendo por la garganta. Sentía el corazón acelerado y la irrevocable necesidad de alejarme de él.

—¿Algo más?

Lo supo. Pude verlo en sus ojos. Me conocía tan bien que sabía que no soportaba estar de pie frente a él.

—Vale, yo...

—No—levanté mi mano para detenerlo—. No ahora.

Negué apretando los dientes y dando media vuelta aún con mi dignidad intacta. Me estruje el corazón, el estómago y anduve sabiendo que tenía su mirada clavada en la espalda. Max aulló como si temiera que volviera a desaparecer pero a lo lejos escuché la voz de Santiago que le dijo:

—Pronto volverás a verla, chico.

¿Volver a verme?

No, cariño. Mi vuelo me llevaría lejos de esa locura.

Seguí andando sin detenerme hasta que uno de los empleados del hotel me dijo donde estaba el bar. Me dejé caer en uno de los asientos de la barra y pedí lo más fuerte que encontré.

—¿Desde cuando bebes?

La copa se detuvo a mitad del camino hacia mi boca.

Volteé la vista hasta la voz gruesa y solté un suspiro cargado de cansancio.

—Genial, el hotel está lleno de imbeciles—me bebí la copa de un trago—. Aunque no es novedad, si tú no venías, ¿quien le iba a besar los pies a Santiago?

Álvaro soltó una risa ronca echando la cabeza hacia atrás.

—Sigues teniendo el mismo jodido humor de siempre.

—Y tú sigues siendo un idiota.

Álvaro García, hijo de la mano derecha del padre de Santiago, y mejor amigo de toda la vida de ese imbecil.

Pelinegro, con una barba abundante bien arreglada. De traje, con un perfume que levantaba por si solo las faldas de las señoritas. Todo un maldito don Juan.

Tomé el celular cuidando que no viera la pantalla y le mande un mensaje a Kathleen:

No solo está aquí mi Imbecil. También vino el tuyo.

Y ahora, ¿qué hago yo con este amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora