Fuiste la forma más triste y bonita que tuvo la vida para decirme que no se puede tenerlo todo.
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Cuando era niña veía a mamá vestirse para salir de fiesta con sus amigas. Siempre olía a ese perfume dulzón que hasta la fecha todavía me marea, se colocaba sus tacones rojos altos, el cabello lo alborotaba para que sus rizos dorados resaltaran, doblaba el vestido para enseñar más pierna y dejaba dos besos en mis mejillas antes de salir por la puerta y no volver hasta la mañana siguiente.
Tenía tan solo siete años.
Y ahora, a mis veintisiete, ahí de pie frente al espejo con el vestido negro que me prestó en contra de mi voluntad, me veía igual a ella.
Nuestras actitudes eran diferentes en todos los sentidos, incluso mi cabello castaño contrastaba fuertemente con el suyo, pero las facciones eran tan parecidas, que la piel se me erizó de solo imaginarlo.
—¡Vamos por esas margaritas!—festejó apurando mis pasos hacia la salida.
No supe en que momento se desató el acelerado galopeo de mi corazón. Quizás fue ahí mismo, frente al espejo, o cuando entré al salón del hotel que estaba repleto de toda la familia que prefería evitar, aunque ahí, siendo arrastrada por mi madre, me fuera imposible. Los abrazos llovieron como una guerra completamente perdida en la que me estaba desangrando a mitad del campo de batalla y nadie se detenía a darme misericordia. Fueron tantos "¡Que grande estás!", "¿donde trabajas?", "¿aún sigues sin casarte?", "a tu edad yo ya tenía un par de niños. Mi hija, Diana, ya va por el tercero. ", que mis ganas de huir revivieron en un segundo, pero por suerte, Billy, el novio de mi madre, llegó al rescate.
—Déjenla en paz, por favor. La asfixian—saludó sonriendo, abriéndose paso mientras nos escoltaba a mi madre y a mí a una mesa en la esquina.
—¡Todos están muy contentos por verte!—festejo ella mientras comenzaba a revisar las pequeñas entradas que estaban sobre la mesa—. Tu abuelo no podía creer que fueras tú.
Y yo no podía creer que me había logrado convencer de entrar a ese agujero.
—Anda, toma esto, te vendrá bien—Billy me acercó una de las bebidas que estaban sobre la mesa y le agradecí con una sonrisa cálida.
No sabía mucho sobre él a pesar de que ya iba a cumplir cinco años con mi madre, jamás hablaba sobre su familia ni sacaba mucha conversación, pero extrañamente me entendía y se sentía bien no tener a alguien que me presionara para hablar. El silencio con Billy era preciado y eso era lo más cercano que había estado de un padre.
Aquella bebida dulzona fue lo suficientemente engañosa como para tenerme mareada después de tres, y no estar en mis cinco sentidos cuando Jenn pasó al centro del salón tomada de la mano de su prometido.
No, me equivocaba. Ese fue el momento en el que se me desbocó por completo el corazón.
Ese fue el momento en el que sentí que iba a morir.
Había cambiado el vestido blanco casual por uno rosa palo que brillaba en todos los pliegues de la tela. El cabello castaño lo llevaba acomodado en un moño perfecto y sus ojos verdes brillaban, más que cualquier otra mirada en el salón. Reconocí su felicidad e instantáneamente sentí un pinchazo de celos en el pecho.
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Y ahora, ¿qué hago yo con este amor?
RomanceValentina tomó un vuelo hasta Cancún solo para la boda de su prima. ¿Y todo para qué? Para descubrir que el futuro esposo es su ex, aquel que creyó haber olvidado unos cuantos años atrás cuando le rompió el corazón, pero que ahora, después de ver su...