Capítulo 30- Anneliese

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El roce de los labios de Lockwood contra los míos envía una corriente eléctrica a través de mi cuerpo, sorprendiéndome y dejándome sin aliento. Mis ojos se abren lentamente, encontrándose con los suyos, oscuros y llenos de turbación. Cada fibra de mi ser arde con la intensidad del momento, con la confesión cruda y sincera que acaba de salir de sus labios.

No iba a demostrar que estaba despierta, pero lo estoy desde que él me ha rozado la mejilla y mi don con hambre de emoción le ha canalizado, ese fuerte sentimiento de anhelo, de dolor y perdida. Él siente todo eso al no estar conmigo.

Por lo que en silencio he estado escuchando cada palabra que salía de sus labios, sintiendo cada emoción que compartía atreves del lazo. El impacto de su confesión me deja sin aliento, pero más allá del shock inicial, una determinación feroz crece en mi interior.

Ahora le miro a los ojos y veo la sorpresa al darse cuenta de que lo sé todo, que no puede retirarlo.

—Lockwood... —susurro, mi voz apenas un murmullo en la penumbra de la habitación, sigo sin poder llamarlo Tony, pero necesito que hablemos—. ¿Cómo puedes decir todo eso y aún insistir en que no podemos estar juntos?

Él aparta la mano de mi mejilla, como si el contacto físico lo quemara, y retrocede unos pasos, alejándose de mí. La expresión en su rostro es una mezcla de angustia y desesperación, como si estuviera luchando contra una batalla interna que no puede ganar.

—Anneliese, por favor olvida... —comienza, pero sus palabras se atascan en su garganta, como si temiera lo que está a punto de decir.

—No, Lockwood —lo interrumpo, mi tono firme pero cargado de emoción—. No puedes simplemente abrir tu corazón de esa manera y luego cerrarlo de golpe. No puedes confesarme tus miedos más profundos, tus dudas más oscuras, y luego pretender que no ha pasado nada.

Él me mira con los ojos llenos de dolor, como si mis propias palabras le causaran una agonía insoportable. Pero no me detengo, no puedo permitirme retroceder ahora.

—Te necesito—continúo, mi voz resonando con una pasión que no puedo contener—. Te necesito tanto como necesito el aire que respiro. Y sé que tú también me necesitas, aunque te empeñes en negarlo.

Me mira con incredulidad, como si no pueda creer lo que está escuchando. Pero no me dejo intimidar por su mirada dura, por sus dudas y temores. Me acerco a él, cada paso cargado de determinación, hasta que estamos cara a cara, separados por apenas unos centímetros de espacio.

—No puedo hacerlo, Anneliese—susurra, su voz apenas un murmullo en la oscuridad—. No puedo arriesgarme a perderte, a perdernos a ambos, por mi culpa por mi egoísmo de estar contigo, aunque es un riesgo y no te merezco.

—¿Egoísmo? —replico, mis ojos brillando con intensidad en la penumbra—. No es egoísmo, es amor. Es el amor que siento por ti, que he sentido desde el primer momento en que te vi, cuando me abriste la puerta ese primer día. Y sé que tú también me quieres, aunque te aterre admitirlo ¿Por qué sigues negándolo? —pregunto, mi voz temblando ligeramente con la emoción—. ¿Por qué te aferras a esta idea de que no podemos estar juntos? ¿Acaso no ves lo que tienes delante de ti?

Él aparta la mirada, sus ojos oscuros desviándose hacia algún punto indefinido en la habitación. Puedo sentir su lucha interna, su conflicto entre el deseo y el miedo, entre el amor y la autodestrucción.

—Tú... mereces algo mejor que yo —murmura, su voz apenas un susurro en la quietud de la habitación—. Merezco la oscuridad en la que vivo, no la luz que tú representas. No puedo permitirme arrastrarte a mi mundo, no puedo...

Sus palabras se desvanecen en el aire, dejando un eco de dolor y desesperación. Me estremezco ante la intensidad de su tormento, ante la certeza de que se está negando a sí mismo la felicidad que tanto ansía.

Guardiana del Umbral: Lockwood and coDonde viven las historias. Descúbrelo ahora