capítulo 6. - palmeritas de coco

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Martin le gustaba un poco.

Le había costado ponerle nombre a ese bullicio de sensaciones. Había gastado largas horas de su noche en despedazar la intención de los movimientos de Martin, y lo más importante, lo que le habían provocado estos.

Podría hacer una larga lista de lo que le había provocado.

¿Por qué se dejó caer sobre su cuello? ¿Por qué terminó abrazando sus muslos? ¿Qué les había llevado hasta allí?

La incertidumbre y la tensión que cargaba el ambiente, la innegable atracción física y lo tentador de la negación. Eso respondería. Y es que era así, una mezcla de todo.

Quizás en vez de decir que Martin le gustaba un poco, debía decir que le gustaba su atención. Sus ojos de un verde que nunca antes había visto sobre él. El cambio significativo de su expresión corporal cuando estaban a solas. Más suelto, más dispuesto a demostrarle que no era indiferente a su cercanía como le hacía creer el resto del tiempo.

No sabía si eran las hormonas que bailaban a un ritmo acelerado por el calor las que lo saboteaban con todas aquellas imágenes de Martin en bañador, con el abdomen completo bañado por el sol, en cada espacio en blanco que encontraba su cabeza. Eso, o que estaba aburrido y obsesionarse con Martin era lo más divertido que se le podía ocurrir. Tal vez iban de la mano.

La tranquilidad con la que lo aceptaba venía de la seguridad de ser correspondido. No era nada profundo, nada que ver con un incipiente enamoramiento, si no con un instinto. Instinto que pondría la mano en el fuego de que ambos compartían.

A la mañana siguiente, le despertó el sonido del teléfono. Notificación tras otra.

El mensaje de Martin que le avisaba que necesitaba su ayuda con urgencia en la cafetería, le hizo correr hasta allí. No ayudó a frenar su velocidad las dos llamadas perdidas de su tía en la bandeja de notificaciones. Él no recordaba que ese día tuviese que trabajar de mañana.

Otra mañana con el del bigote con mala cara.

- ¡Ya estoy aquí! - Derrapó en la puerta antes de entrar.

La cafetería estaba vacía y ni siquiera las mesas estaban montadas. Su expresión fue tornando a una de confusión enmarcada por un ceño fruncido.

Tenía tanta calor. Su camisa de uniforme abotonada hasta el cuello le estaba asfixiando. Sentía que le pegaba a la espalda como un neopreno.

Martin salió de la cocina con el delantal lleno de harina, como el primer día que lo conoció, pero aún más despeinado de lo que acostumbraba el menor. Lucía impasible y eso solo hizo que el ceño del mayor se frunciese aún más.

- Joder, qué rápido.

- ¿Qué coño pasa?  - Puso la mano en su pecho aún intentando controlar la respiración. Pudo ver desde ahí como Martin apretaba los labios y sus comisuras se curvaban. - ¿Eh?

- Creo que lo has exagerado.

Cómo se podía exagerar cinco mensajes exigiendo su presencia inmediata de una persona que a penas usó más de una palabra en su chat. Después de la carrera, aún tenía la poca decencia de mantener el humor en sus ojos.

- Martin, literalmente me has dicho que necesitabas mi ayuda con -mucha- urgencia.

- Y no mentía. - Juanjo suspiró. - Ven.

Con sumisión, esa que Juanjo odiaba sentir cada vez que acataba las órdenes de Martin, le siguió hasta la cocina.

Estaba toda embalumada. Con casi una decena de bandejas por toda la cocina y miles de cuencos, platos y utensilios. Nunca la había visto tan usada.

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