capítulo 8. - un libro y una excusa

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Era 1 de Julio y sintió el verano más azul. El cielo y el mar habían potenciado su color desde que el mes había comenzado, o al menos esa fue su sensación.

Los últimos días de Junio ni los saboreó, estuvo encerrado en la cafetería en los turnos de tarde, y la única distracción que tuvo fue recordar lo sucedido en el concierto en cada espacio en blanco de su día.

Lily le había dejado las mañanas a Martin, y por diversas razones dentro del grupo de amigos, no lo había podido ver desde entonces.

Juanjo lo vivía como si el cielo se hubiese propuesto encapsular el momento, dejándole vivir con un único recuerdo sin ninguna impureza. Intacto en el tiempo. Sin embargo, aquello no duró mucho, y lo agradeció. Prefería ensuciar esa memoria que pasar un día más con la incertidumbre de cuál era su situación con el chico del bigote, el que le odiaba hasta hace dos semanas pero había aceptado su beso con completa gratitud.

Para esa tarde tenían plan, Álvaro los había invitado a su piscina. Era el que más lejos vivía, más cercano al campo que a la playa, y su casa era la más grande de todas, o eso le habían contado Violeta y Almudena cuando habían desayunado en la cafetería.

Antes de bajar al salón, donde Almudena lo esperaba, se revisó de nuevo en el espejo. Peinó por octava vez su pelo con los dedos y recolocó por sexta la camiseta del Real Zaragoza que había escogido. Era una forma tonta de recordarse que tenía un lugar al que pertenecía en estos días en los que se había sentido perdido entre tanto movimiento y silencio a la misma vez.

Almudena llevaba solo un bikini de triángulo rojo, las chanclas, y la toalla colgada al hombro. Levantó la mirada del móvil solo cuando estuvo a su lado.

- ¿Con quién hablas? - Preguntó por comenzar la conversación. Agarró las llaves y le abrió la puerta dándole paso.

- Con Rusli. Nos está esperando en la esquina.

Salió hasta la puerta de fuera y saludó en la lejanía del fin de la calle a la pelirroja. Juanjo imitó a su prima. Ruslana volvía a llevar el bikini de leopardo que le había visto aquella primera vez en la cafetería.

- ¡Cabrones, vamos ya!

Juanjo corrió hasta el patio para coger su toalla, que estaba tendida, y al igual que las otras dos, se la colgó al hombro. Anduvo hasta el final de la calle donde le esperaban ambas chicas manteniendo una conversación alborotada.

- ¿Qué os pasa?

- Nada. - Negó y lo observó durante unos segundos, aprovechando para recuperar el aire de la anterior conversación. - ¿Tú qué? - Dio un manotazo en su hombro. - Hace como tres días que no nos vemos. - Juanjo rio y la atrajo a él rodeándola por los hombros mientras caminaban.

- Decidiste irte con tus otros amigos al DJ ese en vez de conmigo...

- Es que Martin y tu sois un coñazo de tíos. Anda que no venir con nosotras. - Juanjo rodó los ojos. Si ella supiera. - ¿A qué no fue nadie?

- ¡Eso le dije yo! Pero sí que había. Yo tampoco lo entiendo. - La rubia se enganchó al brazo de su amiga.

Se adentraron a un camino repleto de altos árboles, donde a través de las hojas se colaban los rayos de sol.

La conversación acalorada que retomaron no iba en sintonía con el paisaje, pero Juanjo lo disfrutó incluso más. Almudena y Ruslana habían empezado una cadena de anécdotas del fin de semana que casi acaba en pelea entre las dos amigas por ver cuál de las dos versiones era la que en realidad pasó.

Gracias a quien fuese, eso no sucedió porque llegaron a la casa. La pelirroja llamó a Álvaro para que saliera a abrirles cuando se pararon frente a un muro de piedra con una puerta verde de mediano tamaño. La delgada figura de Álvaro apareció a los tres minutos. Saludó con rapidez a las chicas e hizo especial hincapié en él, tirándose encima suya.

café lilyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora