Narra ______
Comenzaba un nuevo ciclo escolar, el último de hecho. Hacía ya dos meses que lo había dejado con Miles. Ingenuamente, creí que podría soportar la distante relación que teníamos, aunque desde un inicio supe cómo era; creo que solo me gustaba pretender.
Alejado de todos, desapareciendo de ratos, a veces ya ni siquiera tenía tiempo ni ganas de mí, al menos así lo sentía yo. Olvidaba nuestros aniversarios, mi fecha de cumpleaños. Después de los primeros dos meses, nunca más me volvió a dar rosas, y cuando tenía tiempo para mí, usualmente era de madrugada. Al final, no pude con tanto.
Caminaba lento por la acera, escuchando un álbum nuevo de un artista algo reconocido. Sonreí inconscientemente. Miles y yo, cuando nos estábamos conociendo, siempre charlábamos acerca de artistas infravalorados y canciones poco conocidas con un real significado en sus letras. Un suspiro vino después, mientras me entretenía pateando una roca. Quizá era una mejor opción dejarlo como amigos.
Todo el tiempo hacía eso. Recordaba cosas que eran insignificantes, charlas por las tardes en las bancas de nuestro instituto, cafés con sabor a Moka y una interminable lista de cosas que me hacían extrañarlo. A veces creía que todo lo que hacía, veía y sentía, me podía recordar a él; quizá así estaba prescrito: nunca podría olvidarlo.
Miré el cielo al escuchar un estruendo, confirmando que una pequeña tormenta comenzaría a invadir la ciudad. Ya comenzaba a oler a tierra mojada. Volví a sonreír inconscientemente; era uno de nuestros olores favoritos.
Hacía tiempo que no llovía por aquí; ya extrañaba sentir este clima y las incesantes ganas de quedarme en casa acurrucada en mi cama. Giré a la izquierda, dando vuelta por la acera, llegando al instituto. Pequeñas gotas de lluvia comenzaron a manchar mi rostro, pero no apresuré mi paso; quise disfrutar el momento.
Estudiantes corrían y venían con carpetas y mochilas sobre sus cabezas, algunos con paraguas para tratar de no mojarse con la lluvia que ya comenzaba a caer con más fuerza, cuando entré, por fin.
Lo bueno del instituto es que había poca probabilidad de toparme con él, quizás porque era grande o porque nuestros horarios ya no coincidían. De igual manera, era lo mejor.
La mayoría de las veces me daba miedo pasar por los mismos lugares que eran nuestros, donde nuestras pláticas y risas incrementaban conforme pasaban las horas, donde la mayor parte del tiempo me sentía segura y feliz.
Sin dudarlo, veía en él cosas que los demás no. Reconocía sus emociones aunque no pudiera externarlas, sabía cuando algo le molestaba, lo que no le gustaba, lo que le encantaba. Así pasaba el tiempo, sin darme cuenta, me enamoraba más.
Hasta el último día, juré quererlo, algo extraño en mí, que no me enamoraba de cualquier persona. Y él siempre supo tenerme a sus pies; siempre sabía qué decir para que omitiera sus faltas de respeto y sus carencias de cordura, donde me asustaban las palabras que utilizaba, y yo juraba excusar sus comportamientos porque solo estaba cansado, o quizá yo me había equivocado y sus momentos de enojo tenían sentido; yo era la equivocada. De alguna u otra manera, me rompió el corazón cuando me dejó.
Caminé hasta donde se encontraba mi casillero. Los pasillos repletos de estudiantes de primer grado, y otros que tantos rostros conocidos emanaban sonrisas las cuales eran correpiés pondi das conforme pasaba por allí.
Papeles negros adornaban la plaza central, globos y serpentinas del mismo color, algunos carteles pegados en las paredes, con una imagen llamativa en ellos. Volantes siendo repartidos por las chicas del instituto. ¿Qué sucedía?
—¡Hola _____!, que gusto verte de nuevo.— una voz llamativa se hizo presente a un lado mío.
—¡Hola Mich!— sonreí y me acerqué para estrujarla con un fuerte abrazo el cual fue correspondido.— No te ví en todas las vacaciones, ¿Te fuiste de viaje?