Pasaron siete días desde la última vez que la vio, nunca pensó que su rostro le diría tantas cosas con tan solo verlo.
—Pasá —le susurró aquella mujer en el portero, abriendo la puerta de rejas que daba la entrada al patio.
Lucía Wondland era hija de un gran hombre de negocios que había muerto por causas desconocidas. Cuando ella tenía veintidós años, abandonó sus estudios para cuidar de su padre que, enfermo, se deterioró de manera rápida y silenciosa.
Heredó la gran casa, pero poco más. El resto de su fortuna se lo llevaron sus hermanos.
Su matrimonio fue breve, quedó en la nada después de los tratos violentos y de que su pequeña hija sufriera los primeros golpes de la vida por parte de un alcohólico sádico. Un tipo que solo quería pasar los fines de semana con sus compañeros de fútbol cinco y beber hasta el hartazgo.
Cuando el tipo puso un último pie en la casa, destrozó la puerta a golpes y lanzó una amenaza de muerte a la joven madre que solo quería cuidar de su pequeña hija. Después de ese bochornoso momento, nunca más lo volvió a ver.
Cornelio la contrató después de ver su currículum y programar una entrevista personal en la cual notó lo destacable de esta mujer. Su actitud era maravillosa. Tenía un gran temple y, para variar con el resto de candidatas, era organizada en extremo. Todas las ideas quedaban en su cabeza al instante, no tenía que explicarle las cosas dos veces.
Después de algunas quedadas hasta tarde, llamadas telefónicas y algunas citas discretas, Lucía conoció al hombre tras la cáscara de hielo. Al tipo que, más allá de un rostro serio con cara de pocos amigos, tenía un corazón de oro y un humor bastante único.
Hoffman caminó por el patio y trazó su rumbo directo a la casa. No habló, mantuvo la vista baja y solo tosió debido al humo del cigarrillo.
Lo único que vio tras sus pasos es el largo abrigo marrón que ella llevaba junto a unos jeans que ajustaban su figura y una bufanda roja y larga que abrigaba su cuello y se mezclaba con el largo cabello castaño.
La relación entre ellos se enfrío desde la desaparición de Alicia. Hoffman pasó a darle trabajos desde la casa porque aún podía confiar en su talento para todo. Era la que más conocía sus mañas y que sabía cómo lidiar con cada petición sin problema. Lucía cayó en un pozo depresivo que ni siquiera él pudo tapar.
Los estudios de Hoffman iban más allá de la psiquiatría médica, se enfocaban también en el comportamiento, atravesó las puertas del psicoanálisis, aunque siempre separó su conocimiento de la rutina. No quería estar pensando en cada enfoque de la mente humana cuando su horario laboral se terminaba.
Lucía abrió la puerta de la casa y Hoffman la siguió, cerrándola. Revisó con sus ojos el bello living con cada decoración que ella había elegido. Los sofás blancos, las paredes color crema, y los cuatro retratos de ella junto a su hija. Alicia en pañales, en jardín de infantes, dando su primera comunión a edad temprana y de visita en una reserva natural.
No quería olvidarla, hay pecados que una madre nunca puede aceptar. El olvido es el más grande y más pesado de ellos.
Se sentó y sirvió el café. Hoffman imaginó que lo había preparado, tendrían una charla larga y tendida, o corta y concisa. Cualquiera de las dos le preocupaba.
—Volví a soñar —soltó ella, sirviendo la última gota en la taza de su invitado—. Alicia está ahí.
Cornelio pestañeó con lentitud y se agarró de la cabeza, peinando su cabello hacia atrás.
—¿Qué tan segura estás?
—Lo suficiente como para contártelo sabiendo que te lo vas a tomar así.
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Salmató: La ciudad de los malditos
HorrorMuchos afirman que Salmató no existe, sin embargo, allí está. Oculta, siniestra, latente. Manifestándose en sueños e invitándote a visitarla. Esta es la historia del Dr. Cornelio Hoffman, un psiquiatra que se animará a cruzar el umbral de las pesadi...