Capítulo 13: El Duque

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Los brazos de aquel mastodonte mostraban su fortaleza física. Un cuerpo que había sido entrenado de forma salvaje y que, por capricho del parásito que llevaba dentro, fue llevado a extremos impresionantes.

Del Duque se podían decir dos cosas, la primera era que su figura imponente de casi dos metros, podía compararse con cualquier asesino de las películas ochenteras. La segunda, era su aura. Hoffman no entendía cómo, pero podía sentirla. La mezcla de emociones que generaba aquella presencia descomunal, era algo de pesadilla. 

El Duque vestía con una camisa de leñador a cuadros arremangada y apretada en sus bíceps, con las uñas un poco largas y las venas notorias a simple vista. A su vestimenta la acompañaban unos jeans ajustados con un cinturón con hebilla de plata. La inicial "D" estaba justo en el centro, tal y como un villano que, en cualquier ficción, parecería algo típico. 

Las botas marrones tan genéricas de aquellos hombres de montaña y una distinguida máscara de conejo cerrada de arriba hasta abajo, con dos agujeros para los ojos y dos diminutos para sus fosas nasales, casi imperceptibles y rectangulares. Sin embargo, su boca estaba oculta por la máscara que, blanca e impenetrable, se mostraba más como un casco protector que por simple elección de estilo y distinción. Las orejas eran el complemento, un poco torcidas y algo largas como las del resto de la familia. El pelo castaño hacia atrás, como una melena cubriendo su cabeza, lo hacían más humano que monstruo. 

Sin dudas, el cuerpo que usaba como huésped principal estaba preparado para el combate, podría pesar más de cien kilos con facilidad y tener una fuerza imposible de equiparar. El resto de poderes ocultos era otra cosa por la cual preocuparse.

—Desconectándote como siempre. Tratando de cargar con mi legado como si fueras el siguiente al mando —habló el hombre de gran porte, acompañado por dos damiselas enmascaradas con el mismo diseño de roedor que parecían llevar ropa casera de color blanco, con una edad un poco mayor que los más adolescentes del grupo.

Tobías, paralizado, no pudo dirigirle la palabra a su padre.

—Lamento el descaro de este. No entiende que poco valor tienen sus órdenes cuando estoy en la casa. A veces olvido lo difícil que es mantener una familia cuando se les da libertades —habló el Duque, apretando con un poco de fuerza el cráneo del chico, haciéndolo retorcer de forma desagradable—. A este le queda poco tiempo. Ya no me salen seguidores tan obedientes como antes. Puros roedores y humanos caprichosos. 

Hoffman no pudo contestarle, por primera vez, se sintió tan intimidado como para dirigirle la palabra. 

—¿Le comieron la lengua los conejos? —bromeó el coloso, alzando un poco más en alto el cuerpo del chico—. Mirá Tobías. Arruinaste la bienvenida a alguien importante. Te pusiste a discutir con el invitado y me estás causando más problemas de los que te puedo permitir. ¿Colgar a un hermano en un árbol? ¿Qué mierda te pasa por la cabeza? ¿Qué te enseñé yo de mantener una sociedad sana con los ideales de una verdadera comunidad? ¿Acaso te pensás que así vas a conseguir el mundo que Valgamor quiso enseñarnos? Esa debilidad no es digna de alguien con la sangre de Gorgok. 

Apenas terminó de decir esto, azotó su cuerpo contra el suelo y levantó una polvareda intensa en el jardín. 

Cornelio llegó a cubrir su rostro para evitar que la tierra se metiera de lleno en sus ojos, cuando el polvo se disipó, notó la cabeza del chico partida en el suelo. 

El Duque volvió a levantarlo en alto, mostrando como la cara le había quedado fusionada con los fragmentos de su máscara. La sangre carmesí parecía pintar su cabeza y mezclarse con los restos óseos de su mandíbula. Algunos dientes estaban regados en el suelo, perdidos como si fueran caramelos caídos de una piñata.

Salmató: La ciudad de los malditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora