Capítulo 4: Fiebre insólita

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—Dios mio... ¿Qué está pasando?

No pudo entender en ese momento lo complicado que era el asunto de Salmató. Sí, pasó de una ciudad ficticia a un montón de sucesos paranormales que parecían transformar la realidad y fusionarse con ella en planos distintos.

La fiebre de Salmató se catalogó como una histeria o enfermedad psiquiátrica en la que los pacientes padecían los mismos síntomas con diferentes variaciones. Por supuesto, esa clasificación era una mera ilusión a ojos de personas que buscaban respuestas y no podían aceptar nada más allá. 

Gris se lo había advertido antes, y Cornelio no soportó el golpe de realidad en primera instancia. 

Lo que le dio la bienvenida al otro lado del umbral, fue un paraje desolador, como si estuviera entrando en una pintura hecha por un paciente delirante con una avanzada demencia y depresión.

La casa sin techo recibía el manto ceniciento que la iba cubriendo como una nevada mágica y oscura. 

Todos los muebles estaban cubiertos por este polvillo gris, sirviendo el hogar como un cenicero majestuoso e irreal. Poco quedaba de coherencia en semejante panorama. 

El cielo, nuboso y extraño, parecía traer una tormenta que nunca terminó de desatarse. Tras la espalda de Cornelio solo quedaba una puerta opaca, tan dura como la corteza más profunda de la Tierra, tan extraordinaria como un cristal espacial y lejano en el punto más recóndito del cosmos. 

Golpeó el material con sus nudillos y se percató de su dureza, y de como parecía reflejarse su sombra. Una versión de él más deteriorada, con lágrimas negras y grandes alas de plumaje oscuro, como si pudiera reflejar su lado más perverso, contaminado con una oscuridad tan lejana, pero presente. 

Dio media vuelta y caminó por el living, atravesó el pasillo y visitó con su mirada las bibliotecas, los sillones sepultados y los relojes paralizados. 

El tiempo se había comido todo en su esencia. 

Una voz conocida parecía hablarle, pero él poco pudo entender lo que esta le estaba diciendo. 

Cuando descifró las primeras palabras, supo que aquel hombre lo estaba llamando.

—Al principio es difícil de asimilar. Los seres humanos somos capaces de entender lo que nos rodea hasta cierto punto —empezó a contar aquel extraño investigador, mientras Hoffman caminaba rumbo al último cuarto en línea recta—. Buscamos explicaciones cuando no existen. Necesitamos que dos más dos de cuatro, porque así se nos enseñó. Algunos no nos conformamos con la respuesta, otros no pueden vivir despegados de ella. 

Cornelio llegó a la antesala del vistazo infernal. Lo dantesco es parte del trabajo forense, pero aquellos que son médicos siempre se apoyan en sus conocimientos. La base científica es eso que ata al ser humano a sentirse aliviado. Cuando se rompen las leyes que mantienen el universo funcional, es cuando la mente comienza a resquebrajarse y el dolor perece ante la imaginación. Atraviesa puertas que nadie desea abrir. 

—Bienvenido al purgatorio. Considero que sos más que apto para interpretar qué es lo que estás enfrentando. A la larga, vas a tener que elegir entre dar un paso al costado, o seguir caminando hacia delante. 

Hoffman se quedó paralizado. En la última habitación, estaba el cuadro que él nunca creyó concebir. Una plataforma con varias gradas superpuestas, mostraba el despojo de un hombre maldito. 

De rodillas y desnudo, descansaba el paciente con los brazos estirados hacia los lados. Su pellejo fue enganchado por diversos ganchos de hierro que jalaban la piel y estiraban sus músculos. Abrían su espalda como pájaros alimentándose de la carroña y mostraban un cuadro que sería cautivador para un desquiciado. 

Salmató: La ciudad de los malditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora