Capítulo 5: Estado alterado

9 2 0
                                    

La visión borrosa solía molestarlo cuando sus recuerdos se sobreponían por encima de la realidad. Para él pasaba una eternidad, para los demás, tan solo segundos. Salmató tenía fama de tener condiciones diferentes en cuanto al paso del tiempo, o por lo menos eso es lo que decían los delirantes.

Una vez tuvo que hablar con un tipo que decía haber visitado aquel lugar. De nombre Rodolfo Roust, se trató de un afamado profesor de historia oriundo de Victoria que se encontraba viviendo en Gualeguaychú por cuestiones familiares.

El hombre empezó con síntomas después de ir a pescar al río y servirse de una boga que había caído en su anzuelo. A pesar de notar cierto aroma extraño —pero no desagradable— decidió consumirla, y después de dos noches, comenzó con la sintomatología. Lo primero que sintió fue una extraña atracción hacia el río, y después de varias noches de un preocupante sonambulismo que incluso lo conducía fuera de su casa, terminó por observar unas crecientes llagas en su garganta con ampollas a lo largo de sus pies y brazos. 

Los médicos no pudieron encontrar algo que pudiera servir como explicación más que una infección bacteriana por peces contaminados. Lo único que no salió en los análisis es qué bacteria le produjo semejante transformación. 

Las pesadillas llegaron al cuarto y quinto día, y cuando uno de sus familiares fue a visitarlo a su vivienda para traerle los medicamentos que este requería, no lo encontró. 

Hubo una búsqueda exhaustiva por todo el territorio. Se llamó a algunas personas que él todavía tenía en Victoria para que ayudaran con cualquier información que tuvieran, pero nada funcionó. El tipo se había esfumado, y Cornelio estuvo tras su pista durante dos semanas. 

Al vigésimo día, el hombre reapareció en el medio de la ruta entre Gualeguay y Victoria. Su rostro mostró que él había pasado por algo traumático. 

Fue llevado a declarar y Hoffman se sentó en la silla para tratar de entender el porqué este tenía un trauma tan visible en la cara. 

—La visité —soltó el tipo, con el rostro desencajado en una sonrisa eufórica.

—¿A quién? 

—La ciudad... A ella... Estaba tan viva y hermosa. Repleta de cosas que no podría explicar... Cómo cambió desde que me fui... Recordé sus calles, las tiendas, los campos y el bosque. Estuve ahí hace más de diez años y no entiendo cómo pude olvidarlo... Me fui hace poco, sí... 

Hoffman se rascó la cabeza y volvió a indagar en el tiempo que este llevaba desaparecido.

—Señor, está declarando que usted estuvo perdido seis meses. Solo pasaron dos semanas... 

—Ja... Dos semanas. Es imposible que en dos semanas puedas ver todo lo que se me mostró. Fui atraído con un trato especial, evité a las bestias y comí la carne que me traían los roedores. No me importa el estado andrajoso de mi ropa ni la poca fuerza que me queda en el cuerpo. Solo quiero contarte que la vi, que es real... Que él quiere que la olvidemos, pero ahora busca llamarnos a todos los que la abandonamos... 

El hombre se levantó de prepo y golpeó la mesa con sus manos. Hoffman retrocedió por seguridad y dos policías se acercaron a auxiliarlo.

—¡¿CÓMO NO LO ENTENDÉS?! ¡La vi! Tiene grandes edificios, hospitales, comisarías e incluso escuelas. Pasa que ellos lo arruinaron todo... Ellos hicieron sonar la campana. Ahí se fue todo a la mierda... 

El interrogatorio terminó rápido cuando el tipo se sentó y decidió no decir ni una sola palabra. 

La contaminación del río y los peces que se impregnaban de sus residuos no provocaron semejante delirio. Según lo que había investigado Hoffman, esa era una de las tantas cosas que parecía jugar un papel en la manipulación de la verdad en la mente de los afectados. Pero cuando se prohibió la pesca y se limitó la cantidad de personas en el muelle, se tuvo que buscar nuevos culpables.

Salmató: La ciudad de los malditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora