Capítulo 8: Una luz engañosa.

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Podría encontrar la inocencia que perdí en medio de la batalla a tu lado, si tan solo pudiera saber cómo librarme de las secuelas de las bombas en mis manos.

Podría llorar por las muertes de seres que no recuerdo en tu hombro, si tan solo pudiera recordar cómo se sienten el dolor y el sufrimiento.

Incluso podría hablarte de mis temores, si tan solo supiera cómo volver a sentir cualquier cosa, incluso el miedo.

Si pudiera definir mi propia ruina, la llamaría hoy y siempre "Hannibal".

El dolor que había podido experimentar en una sola vida, era nada comparado con el dolor que pude experimentar en los diez eternos segundos que lo vi salir por aquella puerta. El alivio de verlo marcharse para siempre, unido a la nostalgia por verlo marcharse para siempre.

Casi me parecía increíble lo contradictorio de mis emociones, tan separadas como años luz una de otra, y en el fondo de mi cabeza una voz constante convenciéndome de que una de esas emociones no era mía. La nostalgia no era yo, no la sentía en realidad, porque sentirla significaría extrañar o añorar momentos que debería aborrecer.

Así que hice lo que siempre hacía cuando la oscuridad se volvía abrumadoramente atractiva. Huir. Había estado en mi naturaleza el correr en dirección contraria de cualquier cosa que se sintiera perfecto, y atarme con una cadena a aquello que no me sentaba bien. Porque sabía que era lo mejor para mí, porque sabía que corría no por sentirme presa, si no por el temor de descubrir que siempre fui el depredador.

La respiración se había atorado en mi garganta cuando él tomó el pomo de la puerta, y tuve que clavar las uñas en mis piernas para evitar salir corriendo hacia él. La parte sensata de mí gritaba que el deseo de correr era porque quería acabar con él, mientras que otra decía que dejara de engañarme. Al final no escuché ninguna y me quedé donde estaba.

No supe exactamente lo que ocurrió después de eso, ni siquiera lo podría describir. Solo sé que parecía que aquel hombre que había atormentado mi existencia por más de dos años iba a girarse para verme por última vez, y al segundo siguiente estaba cubierto por tanta oscuridad que casi me sentía asfixiar. Era tanta y tan abrumadora que no tuve tiempo de pensar qué había ocurrido, solo de gritar en silencio que parara.

Se sintió como una eternidad cuando un destello de luz se asomó por encima de mí, y contrario a lo que hubiera deseado, no estaba muerto. Me encontraba en una habitación familiar y llena de mis perros, mi familia y lo único puro que había en mi vida. Era como observar mi existencia desde una enorme pantalla, incapaz de hacer otra cosa que admirar todo lo que me rodeaba. En realidad, no tenía deseos de intervenir, estaba contento de solo mirar aquella hermosa ilusión.

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Cuando Hannibal era tan solo un niño, solía vagar por los pasillos de su antiguo castillo en Lituania fingiendo que era un caballero guiado por las Ignis fatuus¹ hacia su destino. Un destino que nunca supo cuál era, pero siempre creyó que incluía la gloria. Y cuando creció, avergonzado y lleno de un profundo resentimiento, volvió a recorrer esos pasillos, ya no como un Lecter, si no como un huérfano.

Es algo triste como la falta de familia llega a cambiar por completo tu identidad, dejas de ser un niño y pasas a ser un huérfano, y no importa cuanto te esfuerces por cambiarlo, la gente solo empieza a reducirte a eso. Incluso el sentimiento de recorrer los pasillos del que un día fue su hogar se volvió diferente. La amargura y la nostalgia invadieron el pasado con todo el dolor del presente, y se dio cuenta que lo único que no había cambiado de su ensoñación, fueron las Ignis Fatuus, ellas permanecían ahí, aun queriendo guiarlo.

A través del tiempo, Te amo Will. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora