11. EL CIELO PÚRPURA ANTES DE LA TORMENTA

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<< Dame el tiempo que no te haga falta y prometo invertirlo en caricias en tu espalda >>

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Caricias en tu espalda, Despistaos

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MARTIN

San Sebastián, Guipúzcoa, mayo de 2024

Era consciente de que no había pasado el tiempo suficiente como para que mis heridas terminaran de cicatrizar por completo. Con toda seguridad estaba intentando acelerar el proceso a la misma velocidad que ahora mismo estaba alcanzando con mi moto, pero la paciencia nunca fue mi fuerte. No cuando era mi libertad lo que se estaba llevando por delante.

Dos meses. Dos putos meses desde que vi pasar mi vida de forma fugaz ante mis ojos.

Aunque, para ser sincero, ni siquiera fue mi propia existencia lo que vi mientras me desangraba. Lo vi a él. Vi su sonrisa, sus ojos marrones verdosos y escuché su risa como si de mi canción más escuchada en Spotify se tratara. Lo vi en diapositivas, a contraluz, en blanco y negro, con un filtro dorado, que parecía el mismo sol, y hasta en polaroid. Lo vi de tantas formas diferentes que me sentí en paz.

Juanjo fue mi último recuerdo en esta vida. Así que, en ese momento, supuse que también sería el primero que conservara allá donde fuera.

Pero ahora tenía una vida entera para pasarla a su lado y para vivirla plenamente. No quería sentir que pasaba de puntillas por el mundo. No quería tener la sensación de estar pasando las hojas de un calendario. Era algo que ya no me podía permitir ni por un instante. Porque no todo el mundo tenía la oportunidad de volver a nacer el día que cumplía veintiséis años. Ni siquiera mi recuperación estaba por encima de mis propias ganas de exprimir cada segundo como si no hubiese un mañana.

Porque sabía muy bien que quizá no lo hubiera.

Aceleré todo lo que pude, pero no tanto como me hubiera gustado. Zigzagueé por aquella carretera que tan bien conocía, adelanté a un par de coches y vi como me deslizaba por el asfalto como hacía antes. Por una vez, en mucho tiempo, me sentí del todo pleno desde que salí del hospital. Ya no tenía por qué seguir añorando una parte de mí. Todo parecía estar en calma.

De la que fuera mi casa antes de marcharme de Donostia, donde había ido a recoger mi moto, hasta el parque de Sagües me separaban poco más de trece minutos. De los cuales, con toda seguridad, diez los invertí en saber qué era lo que había llevado a Ruslana a querer quedar conmigo y el resto a intentar disfrutar de otra de mis pasiones. Subirme a la moto siempre me dio esa sensación de libertad que en estos últimos meses (sobre todo semanas) creía haber perdido.

Era un subidón de adrenalina que no se podía explicar con palabras, pero parecía tener el mundo entero bajo mis pies.

Aparqué en una zona que estaba reservada para las motos, me bajé de la mía, le puse el candado y me deshice del casco. Después caminé a paso ligero para salir del aparcamiento mientras apartaba algunos mechones del flequillo que se habían quedado pegados a mi frente.

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⏰ Última actualización: Nov 07 ⏰

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Jaque al rey | MAJOS // JUANTIN |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora