3. UNA CARTA, DOS DISPAROS Y AQUELLO QUE NO LLEGAMOS A SER

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<< Espera, aún que me quedan en mis manos primaveras

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<< Espera, aún que me quedan en mis manos primaveras. Para colmarte de caricias todas nuevas, que morirían en mis manos si te fueras >>

La nave del olvido, Juanjo Bona

***

JUANJO

San Sebastián, Guipúzcoa, marzo de 2024

Cuatro días.

Veintitrés horas.

Cincuenta minutos.

Ocho, nueve, diez, once, doce... segundos.

El tiempo exacto que había pasado encerrado entre aquellas cuatro paredes blanquecinas y desgastadas que conformaban la habitación del hospital. El tiempo que había pasado deambulando de un lado a otro, recorriendo cada metro cuadrado de esa puta sala e intentando no perder la esperanza porque la calma la perdí en el mismo momento que él se desvaneció entre mis brazos.

Cada noche, desde ese día, al cerrar los ojos solo era capaz de visualizar mis manos y mi ropa cubierta por su sangre, mis intentos desesperados por taponar sus heridas con mi chaqueta, mi voz entrecortada pidiéndole que no se durmiera y que siguiera conmigo un poco más. De nada me sirvió porque desde entonces me despertaba de madrugada, empapado en sudor, sintiendo como el corazón latía desbocado y queriendo creer que era solo una pesadilla hasta que desde el sofá miraba hacia su cama y lo veía allí.

Quieto, inmóvil, sumido en un sueño profundo, con medio cuerpo vendado y conectado a tantos goteros y aparatos que ya no era capaz ni de recordar cómo eran las cosas antes de ese día.

Martin estaba postrado en una cama y yo atado a él porque era incapaz de apartarme de su lado.

Ojalá hubiera podido salvarlo para así salvarnos a los dos.

Un sentido, pesado y largo suspiro se escapó de entre mis labios mientras miraba a través de la cristalera del ventanal de la habitación. La vista no era el mejor paisaje del mundo, pero me ayudaba a abstraerme de la puta realidad que estaba viviendo y dejar de pensar, aunque fuera unos segundos, en que no sabía qué cojones iba a ser de mí si él se marchaba.

Habíamos tenido mil y una discusiones, habíamos tenido mil y una idas y venidas, habíamos dejado mil y una cosas a medias, pero nunca habíamos sido capaces de romper ese hilo invisible que nos llevaba uniendo desde que nos conociéramos.

Apoyé la frente en el cristal, que estaba tan helado como mi alma, cerré por un instante los ojos y le pedí a Dios, a la Virgen del Pilar y a todos los santos que era capaz de recordar, en aquellos momentos, que no se lo llevara. Rogué por él y prometí que si se quedaba conmigo un poquito más no volvería a ser cobarde. Haría todo por mirarle a los ojos, esos preciosos ojos del color del caramelo fundido, y atreverme a decirle <<te quiero>>.

Jaque al rey | MAJOS // JUANTIN |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora