Capítulo 4

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Protesta silenciosa

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El hermano, como de costumbre, estaba sentado en su butaca leyendo el periódico aun si la luz no era la adecuada para hacerlo. Y ella, Catalina, también estaba en una butaca cosiendo alguna prenda para sus sobrinas. Tranquila se veía. El Capitán se perdía en el brillo que reflejaba su melena por la luz del hogar. Su hermano, notando la presencia de éste, le permitió sentarse frente a él. Junto a Catalina. Lo interrogó con la mirada de si podían hablar frente a ella asuntos políticos. No quería que se preocupara por nada.
Notando a quien se debía su preocupación, respondió con tono calmo:

Mi hermana ha decidido mantenerse al margen de nuestras discusiones políticas_ Explicó con serenidad_ Ella ha optado por un voto de silencio, no como indiferencia, sino como una protesta pacífica y respetuosa por las víctimas de la guerra. Prefiere preservar su paz interior y honrar a aquellos que han sufrido, eligiendo el silencio como su forma de resistencia. Así que no, no tienes que preocuparte; su silencio es su declaración más poderosa.

Al escuchar esto, el Capitán sintió la mirada de Catalina, no de reprobación, sino de reconocimiento silencioso. Ella había elegido no participar, no por falta de opinión, sino como un acto de autodefensa emocional.
Quería protegerla y que siguiese viviendo tranquila.
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El Capitán, con una expresión grave, se dirigió al secretario en la penumbra de la habitación:

He reflexionado mucho y he llegado a la conclusión de que no puedo apoyar una causa que promueve la guerra en lugar de la paz. Estoy dispuesto a proporcionarte información sobre mi bando para que podamos encontrar una manera de acabar con esta situación.

El secretario, ocultando su alivio, asintió con seriedad:

Tu decisión es valiente y podría cambiar el curso de nuestra historia. La información que puedas compartir será crucial para planificar nuestro próximo movimiento.

Así, en la intimidad de la sala, el Capitán y el secretario comenzaron a idear un plan de rebelión, compartiendo conocimientos y estrategias hasta altas horas de la noche. Mientras tanto, Catalina, con su presencia silenciosa y su sabia decisión de mantenerse al margen, desapareció una vez más, dejando al Capitán sumido en sus pensamientos sobre ella y la puerta cerrada que guardaba sus propios secretos.

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Con la sala sumida en el silencio de la noche, el Capitán se puso de pie y se dirigió al secretario con una excusa cortés:

Me retiro a descansar.

Anunció con un tono que no admitía réplica. Sin embargo, su mente estaba lejos de buscar el sueño; su verdadera intención era otra.

Se escondió en las sombras, cerca de la puerta secreta, el corazón latiéndole con fuerza ante la posibilidad de descubrir el misterio que Catalina guardaba. Las horas pasaban lentamente, cada minuto se sentía como una eternidad en la espera.

Finalmente, la puerta se abrió con un leve chirrido y Catalina salió de la estancia, su figura se desvanecía en la penumbra del corredor. El Capitán esperó hasta que su presencia se disipó por completo antes de acercarse a la puerta.

Con manos temblorosas, intentó girar la manija, pero la puerta resistió sus esfuerzos. Estaba cerrada, sellando los secretos que Catalina parecía llevar consigo. El Capitán se quedó allí, frente a la puerta, preguntándose qué misterios ocultaría tras ella y qué historias podría contar Catalina si decidiera compartirlos algún día.

Pero sentía que si esperaba a que llegase ese momento la espera lo torturaría hasta dejarlo sin aliento.

El Capitán, con la determinación marcada en su semblante, buscó incansablemente la llave que le permitiría desvelar los secretos de Catalina. Sin embargo, tras una larga y frustrante búsqueda, la llave seguía siendo esquiva, como si se hubiera desvanecido en el aire.

Movido por un impulso, se dirigió hacia la habitación de Catalina, su corazón latiendo con la esperanza y el temor de lo que podría descubrir. Se detuvo frente a su puerta, su mano casi tocando la madera, listo para cruzar ese umbral prohibido.

Pero en ese momento de reflexión, una verdad más profunda se reveló ante él. No tenía derecho a invadir su espacio privado, a desentrañar sus misterios sin su consentimiento. Si realmente sentía algo por ella, debía respetar su autonomía y su elección de mantener ciertas cosas para sí misma.

Con un suspiro de resignación y un renovado sentido de respeto por Catalina, el Capitán se alejó de la puerta. La llave que buscaba no era física, sino emocional, y solo Catalina podía ofrecérsela cuando estuviera lista.
El Capitán se acercó a la puerta de Catalina, su frente tocando la madera fría, sintiendo la proximidad de su presencia al otro lado. Estaba tan cerca de ella, y sin embargo, una distancia insalvable los separaba. La barrera no era solo la puerta, sino el voto de silencio que ella había elegido, un muro invisible pero infranqueable.

Anhelaba conocerla más allá de las miradas, descubrir el timbre de su voz que imaginaba dulce y firme, un reflejo de la intensidad de su mirada retadora. Pero respetaba su decisión, su protesta silenciosa, y sabía que debía esperar.

Esa noche, mientras la luna se elevaba en el cielo, el Capitán se retiró a sus aposentos. Y en el reino de los sueños, soñó con Catalina. La imaginó hablando con él, su voz como una melodía que calmaba el tumulto de su espíritu guerrero, una voz que nunca había escuchado pero que sentía profundamente en su corazón. Era un sueño dulce, un consuelo para su alma solitaria, y aunque al despertar la realidad lo golpeó con su silencio, llevaba consigo la esperanza de que, algún día, la barrera entre ellos se rompería.

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CARINA⚡️

Susurros entre rosas: La canción silente del jardín Donde viven las historias. Descúbrelo ahora