Capítulo 5

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Juego de la moral

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En la penumbra de la habitación, el Capitán se miraba al espejo, apenas reconociendo su reflejo. El uniforme que había sido su segunda piel durante años había sido reemplazado por un traje oscuro, impecablemente cortado, pero extraño a su tacto. El Secretario, un hombre de palabras afiladas y convicciones aún más filosas, estaba a su lado, asegurándose de que cada detalle estuviera en su lugar.

-Recuerda, hoy no eres un soldado del régimen; eres uno de nosotros- susurró el Secretario, ajustando la corbata del Capitán-Un hombre de paz y justicia-

El Capitán asintió, su mente aún en guerra consigo misma. Había sido el Secretario quien lo había convencido, con argumentos tejidos de esperanza y visiones de un futuro mejor, de unirse a la revuelta contra el partido al que había servido lealmente. La promesa de un cambio verdadero era la única razón por la que había accedido a cambiar su uniforme por un traje, su espada por palabras.

La sala de reuniones estaba llena de rostros serios, algunos conocidos y otros no. Había otros oficiales, cada uno con su propia historia de desilusión y sueños de reforma. Estaban los líderes civiles, cuyos ojos ardían con la pasión de aquellos que habían sufrido demasiado. Todos compartían un deseo común: poner fin a la opresión y restaurar la dignidad de su gente.

El Secretario tomó la palabra primero, delineando el plan con precisión quirúrgica. Habló de estrategia, de alianzas y de actos simbólicos que encenderían la chispa de la rebelión. Cuando llegó el turno del Capitán, este se puso de pie, sintiendo el peso de todas las miradas sobre él.

-Durante años, he servido a un régimen que creí justo- Comenzó, su voz firme a pesar del tumulto en su interior- Pero la justicia verdadera no reside en la obediencia ciega, sino en la capacidad de cuestionar y cambiar. Hoy, me uno a ustedes no como un traidor a mi antiguo partido, sino como un defensor de un ideal más grande: la paz y la justicia para todos-

La sala se llenó de un silencio cargado, luego de asentimientos y murmullos de aprobación. El Capitán sabía que el camino por delante estaría lleno de peligros, pero en ese momento, rodeado de camaradas unidos por una causa noble, sintió que había tomado la decisión correcta.

La reunión continuó, cada participante aportando ideas y recursos. Había un sentido de urgencia, pero también de cuidadosa planificación. Sabían que el éxito de su empresa dependía no solo de su valentía, sino también de su capacidad para anticipar los movimientos del enemigo.

Cuando la reunión terminó, el Capitán se quedó un momento en silencio, contemplando el camino que había elegido. Luego, con un gesto de determinación, se ajustó la chaqueta de su traje y salió de la habitación.

El Capitán sabía que su nueva misión requeriría de un equilibrio delicado, una danza peligrosa entre la lealtad y la traición. Durante el día, mantenía su compostura, ejecutando órdenes y manteniendo la fachada de un oficial leal. Pero cuando caía la noche, su verdadera labor comenzaba. Se reunía en secreto con el Secretario, entregándole fragmentos de conversaciones escuchadas, movimientos de tropas, y cambios en las estrategias del régimen.

Era un juego de sombras y susurros, donde cada paso en falso podía ser fatal. El Capitán se movía con cautela, utilizando su posición para acceder a información clasificada que era vital para la resistencia. Con cada encuentro nocturno, el puzzle se completaba, revelando el cuadro completo de la maquinaria opresiva que buscaban desmantelar.

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Una noche, mientras el Capitán compartía los últimos detalles de un inminente traslado de armamento, el Secretario le miró con una intensidad inusual.

-Pronto será el momento de actuar- dijo con voz grave- Tus informes han sido la clave para nuestro próximo movimiento. Estamos preparando un golpe que cambiará el curso de la historia-

El corazón del Capitán latía con fuerza ante la magnitud de sus palabras. Sabía que cada paso que había dado desde aquel cambio de uniforme lo había llevado a este instante. No había vuelta atrás; estaba comprometido con la causa hasta el final, sin importar el costo.

-Entendido- Respondió con determinación- Haré lo que sea necesario-

Con un apretón de manos sellaron su pacto, y el Capitán se deslizó de nuevo en la oscuridad, consciente de que los próximos días definirían no solo su destino, sino el de toda una nación. La revolución estaba en marcha, y él era ahora su espía más valioso.

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Catalina, oculta en las sombras, escuchaba la conversación de los dos hombres con el corazón encogido. La frialdad en la voz de su hermano la dejaba helada, y la preocupación por el Capitán crecía como una tormenta en su interior. A pesar de su voto de silencio, su mente gritaba en busca de una solución, una forma de advertir al Capitán sin romper su promesa.

Vió una oportunidad para hacer entrar en razón a su hermano cuando el Capitán abandonó el despacho.
La tensión en la habitación era casi tangible, como una cuerda de violín tensada al máximo. Catalina se encontraba frente a su hermano, el Secretario, su postura firme y desafiante. Las sombras danzaban sobre las paredes, proyectadas por la luz vacilante de las velas, añadiendo un aire dramático al enfrentamiento silencioso.

El Secretario, con su habitual aire de autoridad, no parecía notar la tormenta interna que azotaba a su hermana:

El Capitán es un peón necesario- Decía, con una voz que no admitía réplica: Su sacrificio, si llega a ocurrir, será por el bien mayor.

Catalina, manteniendo su voto de silencio, no podía expresar con palabras el tumulto que sentía. Pero sus ojos hablaban por ella, destellando con una mezcla de ira y dolor. El Secretario, acostumbrado a leer el lenguaje no verbal de su hermana, captó el mensaje. Sin embargo, su respuesta fue un encogimiento de hombros, una aceptación fría de las realidades de la guerra que estaban librando.

La joven se debatía entre la lealtad a su hermano y la justicia que el Capitán merecía. Quería gritar, protestar, hacerle ver a su hermano el valor de cada vida, pero su promesa la retenía. En su lugar, Catalina recurrió a su única vía de expresión permitida: su expresión facial y su lenguaje corporal.

Con cada gesto, cada mirada cargada de significado, Catalina comunicaba su desacuerdo y su preocupación. Se acercó a la mesa donde reposaban los mapas y los planes, y con un dedo, señaló sutilmente hacia el lugar donde el Capitán estaría en mayor peligro, su gesto era una súplica silenciosa para reconsiderar.

El Secretario observó la acción de su hermana, y por un momento, una sombra de duda cruzó su rostro. Pero la determinación de llevar a cabo sus planes era más fuerte:

Es necesario-
Dijo simplemente' volviendo a su trabajo.

Catalina se retiró, su silencio más elocuente que cualquier palabra. Aunque no había roto su voto, había dejado claro su desacuerdo. La decisión de su hermano pesaba sobre ella como una losa, pero su resolución de proteger al Capitán, incluso en silencio, se fortalecía. En la quietud de su habitación, Catalina se debatía entre la lealtad a su hermano o el deber de hacer el bien con el Capitán. Una disputa moral se estaba debatiendo.

¿Qué era lo correcto y lo que no? ¿Quién decidía que lo era en asuntos como este?

Comprendió que estaba sola y la decisión era sólo suya.

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CARINA ⚡️

Susurros entre rosas: La canción silente del jardín Donde viven las historias. Descúbrelo ahora