Capítulo 8

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Mi sangre,
mi enemigo

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La noche caía sobre la ciudad, y las sombras se alargaban en el jardín secreto donde Catalina y el Capitán se encontraban. El secretario, hermano de Catalina, observaba desde la ventana de su despacho, su mirada perdida en el camino que cada noche tomaba el Capitán a las diez en punto. La ausencia del Capitán en sus acostumbradas charlas nocturnas le había sembrado una semilla de duda que ahora germinaba en curiosidad.

Mientras tanto, en el jardín, el Capitán se sumergía en la escritura, su pluma danzando sobre el papel bajo la tenue luz de la luna. Cada tanto, levantaba la vista para encontrarse con la sonrisa tímida de Catalina, quien, entre las flores de su jardín, se convertía en la musa de sus más profundos pensamientos. La rosa roja que ella le había regalado descansaba entre las páginas de su cuaderno, un recordatorio constante de su presencia incluso en la soledad de sus reflexiones.

Catalina, por su parte, luchaba con sus propios demonios. La culpa la consumía por no revelar al Capitán las verdaderas intenciones de su hermano. A pesar de ello, no encontraba la fuerza para confesar la verdad, temiendo destruir la única conexión genuina que había encontrado en medio del caos de la guerra.
Catalina y el Capitán permanecieron allí, dos almas entrelazadas en un mundo que parecía olvidar, por un momento, la guerra que los rodeaba.

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En la penumbra de la sala, el Capitán y Catalina se encontraban una vez más, rodeados por la familia y la presencia siempre vigilante del secretario. Las palabras eran prisioneras del silencio, pero sus miradas hablaban un lenguaje secreto y profundo.

El Capitán, sentado con la espalda recta y la mirada fija en el fuego que crepitaba en la chimenea, sentía la presencia de Catalina. Sin girar la cabeza, desplazaba sus ojos hacia donde ella estaba, comunicando en ese breve encuentro visual todo lo que su corazón quería expresar.

El Capitán con una mirada intensa y llena de significado hacia Catalina.

Ella, a su vez, mantenía su compostura mientras tejía o bordaba, actividades que le permitían permanecer en la sala sin levantar sospechas. De vez en cuando, levantaba la vista de su labor, encontrándose con la mirada del Capitán, y en ese instante, un mundo entero se desplegaba entre ellos.

Catalina, con una mirada que mezclaba gratitud y una promesa silenciosa de lealtad, lo miraba.

El secretario, inmerso en sus papeles y escritos, no notaba el intercambio visual entre los dos, o si lo hacía, no le daba importancia. Pero las niñas, con la curiosidad propia de su edad, observaban todo. La más pequeña, especialmente, parecía captar la tensión no dicha que flotaba en el aire.

La niña, con la inocencia de su juventud, se acercó al Capitán y le ofreció una flor de campo, un gesto simple pero cargado de significado.

La niña, extendiendo la flor hacia el Capitán con una sonrisa pura:

Para tu colección.

Catalina, al ver la acción de la niña, sintió un escalofrío de preocupación. Su mirada hacia el Capitán se endureció por un momento, una advertencia no verbal de que debían ser más cautelosos.

Catalina,con una mirada rápida y severa hacia la niña, luego una disculpa silenciosa al Capitán.

Éste, entendiendo el mensaje, asintió sutilmente a Catalina, asegurándole que no había peligro en el gesto de la niña.

El Capitán con una mirada de comprensión y calma hacia Catalina la tranquilizó.

El secretario, al notar el intercambio, frunció el ceño y dirigió una mirada inquisitiva hacia su hermana, como si tratara de descifrar un código que solo ellos conocían.

El Secretario miró a Catalina con sospecha.

La noche continuó, y aunque las palabras no se dijeron, las miradas entre Catalina y el Capitán tejieron una historia de complicidad, coraje y un amor que se negaba a ser silenciado por las circunstancias.

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La tensión en la casa era como una cuerda de violín tensada al extremo, lista para romperse con la más mínima provocación. El secretario esperó pacientemente a que el Capitán se retirara, su mente maquinando oscuros pensamientos. Cuando finalmente estuvo solo con Catalina, su rostro se transformó, revelando una faceta que ella nunca había visto.

El Secretario, con voz amenazante:

No te atrevas a traicionar a tu familia, Catalina. No por él.

Catalina, aunque sorprendida por la violencia en la voz y el agarre de su hermano, no mostró miedo. Sus ojos se encontraron con los de él, y en su mirada había una determinación férrea. Con un movimiento decidido, se liberó de su agarre, su silencio hablando más fuerte que cualquier grito.

El Secretario, gritando mientras ella se alejaba:

¡No te atrevas!

Catalina, manteniendo su voto de silencio, continuó su camino, su postura erguida y su paso firme eran una declaración de su resolución. No necesitaba palabras para expresar su desdén por las amenazas vacías de su hermano. En su corazón, una verdad dolorosa se había asentado: el verdadero enemigo había estado a su lado todo este tiempo, disfrazado de familia.

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El Capitán, oculto en las sombras, contenía la respiración mientras observaba la escena que se desarrollaba ante él. El secretario, con una voz que cortaba el aire como un cuchillo, lanzaba amenazas veladas hacia Catalina, quien permanecía imperturbable, su silueta erguida desafiando la autoridad de su hermano.

El Secretario, con tono amenazante:

Si sigues por este camino, te alejaré de todo lo que amas. No pondré en peligro a mi familia por tus caprichos.

Catalina, sin poder responder verbalmente debido a su voto de silencio, comunicaba con su postura y su mirada una fortaleza que desmentía la necesidad de palabras. Intentó retirarse, pero el secretario la sujetó del brazo, su agarre pretendía ser un ancla que la retuviera en su mundo de manipulaciones.

La mujer, con una mirada que era un torbellino de emociones, pero sin rastro de miedo.

El Capitán, sintiendo una mezcla de ira y protección, luchaba internamente con el deseo de intervenir. Pero sabía que cualquier acción precipitada podría poner en peligro a Catalina aún más. La imagen del secretario, una vez respetada y estimada, ahora se desvanecía, dejando solo la decepción y la desconfianza.

La confrontación terminó con el secretario soltando el brazo de Catalina, quien se alejó con dignidad. El Capitán, aún escondido, se prometió a sí mismo que encontraría una manera de ayudar a Catalina, de protegerla de las amenazas de su propio hermano.

La casa volvió a sumirse en el silencio, pero para el Capitán, ese silencio estaba lleno de palabras no dichas y promesas por cumplir.

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CARINA

Susurros entre rosas: La canción silente del jardín Donde viven las historias. Descúbrelo ahora