Capítulo 2

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Lenguaje silencioso
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Antes del amanecer, el Capitán se unió a sus compañeros, soldados que compartían su uniforme pero no sus ideales. Juntos partieron hacia las tareas del día: patrullas en busca de información, mantenimiento de sus equipos y entrenamientos para prepararse para lo que pudiera venir.
El Capitán se acercó a sus compañeros durante un breve descanso en las maniobras matutinas. Con la mirada fija en el horizonte, donde el sol comenzaba a disipar la niebla del amanecer, habló con voz firme pero serena:
Compañeros, cada día que pasa, nuestras manos se tiñen con el polvo de esta tierra por la que luchamos. Pero, ¿alguna vez os habéis preguntado por qué? ¿Por qué luchamos, por qué obedecemos sin cuestionar?

Los soldados intercambiaron miradas burlonas antes de que uno de ellos, un sargento con cicatrices de batalla, respondiera con una carcajada áspera.

Sargento: ¡Oh, Capitán! Usted y sus sueños de paz. Nosotros luchamos porque es lo que hacemos, es lo que siempre hemos hecho. ¿Libertad? ¿Justicia? Esas son palabras para los políticos y los poetas, no para los soldados.

El resto del grupo asintió, algunos con sonrisas socarronas, otros con indiferencia. El Capitán sabía que sus palabras caían en oídos sordos, pero no podía evitar sentir una punzada de desilusión. A pesar de su rango y experiencia, la brecha entre él y sus hombres parecía insalvable.

Capitán: Pero no olvidéis que detrás de cada orden, hay vidas en juego. No somos meras herramientas de guerra; somos seres humanos, con el poder de elegir entre perpetuar el ciclo de violencia o buscar un camino hacia la reconciliación.

El grupo se dispersó, dejando al Capitán solo con sus pensamientos. Algunos murmuraban entre ellos, desestimando las palabras del Capitán como idealismo ingenuo. Otros, aunque pocos, se alejaban con una chispa de reflexión en sus ojos.

El Capitán suspiró, sabiendo que su lucha por la paz era una batalla tan dura como cualquier enfrentamiento en el campo de batalla. Buscaba en sus camaradas un refugio, una mente afín que compartiera su anhelo de paz, pero encontró solo la aceptación superficial que otorgaba el uniforme.

El Capitán, pensando para sí mismo mientras observa a sus compañeros alejarse:
" Todos llevamos el mismo uniforme, pero nuestras almas no podrían estar más distantes"
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A medida que el día avanzaba, el Capitán se daba cuenta de que estaba solo en su búsqueda de paz. Sus compañeros eran como ovejas dirigidas por un pastor invisible, contentos con seguir órdenes sin cuestionar el porqué. Él, con su mente y espiritualidad superiores, se sentía cada vez más aislado entre ellos.

Mientras tanto, en la casa de campo, el Secretario partió temprano hacia su trabajo, dejando la casa en un silencio inusual. Catalina, después de dejar a las niñas con una amiga de la familia, se encontró sola en la casa. La curiosidad y la necesidad de entender al hombre que vivía bajo su techo la llevaron a la habitación del Capitán.

Allí, entre sus pertenencias, encontró el cuaderno. Con manos temblorosas, lo abrió y comenzó a leer. Las palabras del Capitán revelaban un alma que anhelaba la belleza y la paz, un espíritu que luchaba contra la oscuridad de la guerra.

Catalina se sentó en la silla de madera del Capitán, el cuaderno abierto en sus manos. Las páginas, desgastadas por el uso y manchadas con la tinta de una pluma que había escrito en condiciones menos que ideales, contenían los pensamientos más íntimos del Capitán. Catalina respiró hondo, consciente de que estaba a punto de adentrarse en la mente de un hombre que, hasta ese momento, había sido para ella un enigma.

Susurros entre rosas: La canción silente del jardín Donde viven las historias. Descúbrelo ahora