Capítulo 11

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SECRETOS AL DESCUBIERTO

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La habitación en la que Catalina estaba confinada era pequeña y austera. Las paredes, de un gris desvaído, parecían absorber la poca luz que entraba por la ventana enrejada. Un catre de hierro con un colchón delgado ocupaba una esquina, y una mesa de madera desgastada con una silla eran los únicos muebles. Un pequeño lavabo en una esquina completaba el cuadro de su prisión.

El Secretario entró en la habitación, su figura imponente llenando el espacio. Catalina, sentada en la cama, levantó la vista con una mezcla de desafío y tristeza.

El Secretario, con voz fría, comenzó la conversación:

Catalina, debes entender que todo esto es por tu bien. El Capitán no es quien crees que es. Solo está aquí para espiarnos.

Catalina lo miró con una firmeza inquebrantable. Sabía que su hermano la estaba mintiendo sin pudor alguno. Sentada ella en la cama, con sus codos apoyados sobre su regazo, lo desafió una vez más. El alma pura y solitaria que había visto en los ojos del Capitán no había sido un engaño. Nadie podía mentir de esa forma.

El Secretario se acercó a la mesa y dejó caer un sobre con documentos falsificados. Catalina lo miró con desconfianza, pero tomó el sobre y comenzó a leer. Sus manos temblaban mientras pasaba las páginas, pero su expresión no cambió.

Su hermano,con voz suave pero amenazante, siguió con su plan de atrapar en sus garras a su inocente hermana:

-Estas son pruebas irrefutables. El Capitán ha estado informando a su bando sobre nuestros movimientos. ¿Aún dudas de mí?-

Catalina cerró los ojos por un momento, tratando de contener las lágrimas. Sabía que debía ser fuerte, que no podía dejarse vencer por las mentiras de su hermano.

Catalina decidió fingir resignación ya que con su postura nunca lograría salir de aquel asfixiante apartamento. Se giró hacia él en busca de su perdón. Reconoció que estuvo a punto de traicionarlo por un hombre del que no sabían nada más que su posición en esta guerra.
Por supuesto, nada de lo que Catalina expresaba con su intensa morada era cierto. Quería salir de aquel horrible espacio y ver a sus sobrinas, las únicas que le daban sentido a su existencia.

El Secretario sonrió, satisfecho con su aparente victoria. Se acercó a ella y le acarició el cabello con una ternura que parecía casi sincera.

-Está bien, Catalina. Te perdono. Pero debes entender que todo esto es por tu seguridad. Ahora, volverás a casa, pero debes recordar lo que has aprendido aquí-

Catalina asintió, pero en su corazón sabía que no podía confiar en su hermano. Recordaba los momentos que había compartido con el Capitán, su alma pura y solitaria. No quería creer las acusaciones de su hermano, pero la duda comenzaba a sembrarse en su corazón.

El Secretario se detuvo antes de salir por la puerta del apartamento. Se medio giró, dejando visible su perfil izquierdo ensombrecido por la débil luz natural que entraba por la ventana.

-¿Recuerdas a nuestra vecina? Era amiga de papá y mamá cuando nosotros éramos tan solo unos niños. Me viene a la mente porque estás cometiendo el mismo error que el de ella-

Catalina no entendía porqué la mencionaba ahora y cuál era ese error.
Se giró por completo a ella.

-Ambas habéis entregado vuestro corazón a un hombre de guerra extranjero del que no sabéis nada-

El Secretario se acercó más a la puerta.

-A ella le robaron el corazón, su honor y dinero. Espero que a ti no te pase lo mismo.

Susurros entre rosas: La canción silente del jardín Donde viven las historias. Descúbrelo ahora