El problema de pasar tanto tiempo con alguien es que la delgada línea entre tu personalidad y la suya se acaba desdibujando con el tiempo. Nos volvimos una mezcla inextricable de sueños compartidos y de hábitos mutuos, hasta que un día nos dimos cuenta de que habíamos perdido de vista quiénes éramos realmente. Éramos dos seres fusionados, pero no necesariamente en armonía, sino en una confusión silenciosa que fue creciendo poco a poco.
Al principio, no fue fácil de notar. Compartíamos risas, complicidades y momentos que parecían únicos. Sin embargo, en esa unión también se diluyeron nuestras esencias individuales. Los gustos y disgustos personales se transformaron en un amasijo en el que a veces ya no sabíamos qué pertenecía a quién. ¿Era yo quien disfrutaba de esas películas? ¿O fue su entusiasmo el que me arrastró a apreciarlas? Las pequeñas concesiones diarias se convirtieron en una renuncia inconsciente a nuestra propia identidad.
Con el tiempo, la relación se volvió un espejo borroso donde ambos reflejábamos más la imagen del otro que la propia. Llegó un punto en el que las diferencias, esas que al principio nos atraían tanto, se convirtieron en abismos insalvables. Ya no discutíamos solo por desacuerdos, sino por la necesidad desesperada de recuperar nuestra individualidad.
Era como si nuestras vidas se hubieran convertido en un paisaje de niebla, donde cada intento de aferrarnos a algo concreto se desvanecía en el aire. El desamor se sintió como los últimos minutos de lucidez de alguien que está a punto de morir, cuando el mundo se desdibuja y se mezclan los recuerdos y las realidades, cuando se lucha por aferrarse a la claridad, pero la niebla de lo inevitable lo envuelve todo.
Y ahora, en medio de este mar de confusión y dolor, una pregunta sigue resonando en mi mente, una y otra vez, como un eco interminable en un vacío oscuro: ¿Por qué me hiciste esto? ¿Por qué?
Revivo cada conversación, cada mirada, buscando pistas, señales que debí haber notado. Pero no hay respuestas claras, solo una sensación de vacío que se expande. La incertidumbre es como una sombra constante, oscureciendo los recuerdos y añadiendo peso a la tristeza.
No puedo evitar preguntarme si alguna vez fui suficiente, si de alguna manera contribuyó mi amor ciego a la creación de esta distancia insalvable. La soledad se vuelve un compañero constante, mientras trato de encontrar sentido en medio del caos emocional. Es un laberinto sin salida, donde cada camino parece llevarme de vuelta a la misma pregunta: ¿Por qué me hiciste esto?
ESTÁS LEYENDO
Ecos de un amor infinito
RomanceEn el caos de los castings para un concurso musical, dos almas divergentes se cruzan en un encuentro fortuito. Miguel, con su aura enigmática y reservada, encuentra en Nacho un rayo de sol personificado. A pesar de sus diferencias como el día y la n...