A la mañana siguiente, la misma alarma de todos los días nos despertó a mis compañeros y a mí. La noche anterior, tras un incómodo encuentro con Miguel en el baño que me dejó llorando en la terraza, caí en un sueño profundo. No quería que me viera desnudo, y la vergüenza me invadió tanto que me agoté emocionalmente. Dormí como un bebé, tanto que ni siquiera escuché la alarma resonando por los altavoces de la academia.
— Nacho, ¿te levantas ya o qué? —dijo Karma, lanzándome una almohada directamente a la cara.
Me removí entre las sábanas, tratando de alejar la sensación de incomodidad de la noche anterior y la realidad de la mañana. Abrí los ojos lentamente, encontrándome con el ceño fruncido de Karma.
—Estoy despierto, estoy despierto —murmuré, intentando que mi voz sonara convincente.
—Sí, claro, y yo soy una sirena —replicó ella con sarcasmo—. Vamos, que llegamos tarde al desayuno y están ya todos ahí.
Me incorporé, frotándome los ojos y bostezando. Karma ya estaba lista, con una camiseta corta blanca y unos leggins negros, su cabello recogido en una coleta alta.
—¿Ayer saliste de la habitación? —preguntó de repente—. Hubo un momento en que abrí los ojos y vi a Miguel solo en la cama.
Mi corazón dio un vuelco, pero intenté mantener la calma.
—Sí, necesitaba un poco de aire —respondí, tratando de sonar despreocupado.
Karma asintió, aceptando mi explicación sin más preguntas. Me dejó espacio para vestirme, y mientras lo hacía, no pude evitar sentir un nudo en el estómago al recordar la mirada de pena de Miguel hacia mi.
— Tengo unas ganas de meterme unos gofres con huevo y pavo por el culo joder —dijo Karma, tirando de mi brazo para sacarme de mi ensimismamiento.
— Karma por dios — Carcajee mientras terminaba de colocarme el micro.
Juntos, nos dirigimos a la cocina, donde el bullicio matutino de la academia nos envolvió. Los demás ya estaban sentados, charlando animadamente y disfrutando de su desayuno. Karma y yo nos servimos unos huevos revueltos, tostamos un par de rebanadas de pan y nos preparamos un café.
Con nuestras bandejas en mano, nos acercamos a la mesa. Observé que Miguel me había reservado un sitio justo enfrente de él. Sentí un nudo en el estómago, y el recuerdo de la vergonzosa escena de la noche anterior me invadió. Hice un esfuerzo por mantener la compostura mientras me sentaba.
—¡Buenos días! —dije con una sonrisa forzada, mirando a los demás compañeros.
—Buenos días, Nacho —respondieron en coro, sin notar mi incomodidad.
Miguel me miró con una sonrisa, pero yo evité su mirada, centrando mi atención en el café.
—¿Dormiste bien? —preguntó Miguel, tratando de iniciar una conversación.
—Sí, sí, como un tronco —mentí, sintiendo el calor en mis mejillas—. ¿Y tú?
—Bien, aunque un poco preocupado por ti —dijo, aún con esa sonrisa.
Cambié rápidamente de tema para evitar profundizar en la conversación.
— ¿Oye hoy se supone que íbamos a plató verdad? —pregunté, dirigiéndome a todos en la mesa.
La conversación se desvió hacia los ensayos para la próxima gala. Cada vez que Miguel intentaba mirarme, yo encontraba algo nuevo de lo que hablar o alguien más a quien dirigir mis palabras. Hablamos de las coreografías, las rutinas y las dificultades de cada número. Los consejos y comentarios volaban de un lado a otro de la mesa, creando un ambiente de camaradería y entusiasmo.
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Ecos de un amor infinito
RomanceEn el caos de los castings para un concurso musical, dos almas divergentes se cruzan en un encuentro fortuito. Miguel, con su aura enigmática y reservada, encuentra en Nacho un rayo de sol personificado. A pesar de sus diferencias como el día y la n...