15| Noches frías llenas de ¿calor?

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Ya de vuelta en la academia, me cambié la ropa de la gala por uno de mis pijamas cómodos. Los demás se desperdigaron por la academia, cada uno buscando una manera de relajarse después de la intensa noche. Algunos decidieron irse a dormir directamente a la habitación, mientras que otros se dirigieron a la cocina en busca de una taza de té caliente.

Yo, sin embargo, opté por dirigirme a la terraza con mi taza de té. A pesar de la noche fría, sentía la necesidad de respirar aire fresco y disfrutar de un momento de tranquilidad. La terraza de la academia ofrecía una vista maravillosa, y aunque el frío se colaba por mi pijama, valía la pena por la vista. Al mirar hacia arriba, pude apreciar un cielo estrellado, brillante y sereno.

La paz del momento contrastaba con la emoción de la gala, y me permití unos instantes de reflexión bajo ese manto de estrellas. Cada resplandor en el cielo parecía contar una historia, y me perdí en mis pensamientos, disfrutando del silencio y la belleza de la noche. La taza de té caliente en mis manos me reconfortaba, añadiendo una sensación de calidez en medio del frío.

Tras un rato largo, escuché pasos suaves acercándose. Era Miguel, que no podía dormir. Con una manta grande en brazos, se acercó y se acurrucó junto a mí en el sofá de la terraza.

—¿No puedes dormir? —le pregunté, dándole espacio bajo la manta.

Miguel negó con la cabeza y suspiró.

—No, la noche ha sido muy intensa. Necesitaba un poco de aire fresco.

—Te entiendo —respondí, señalando las estrellas—. Mira qué cielo tan bonito tenemos hoy.

Miguel se acomodó y miró hacia arriba.

— Sí, es precioso. Estas noches me hacen sentir que todo está en su lugar.

Nos quedamos en silencio por un momento, simplemente disfrutando de la tranquilidad. Luego, Miguel rompió el silencio.

—¿En qué piensas? —me preguntó, con la voz suave.

— En lo rápido que cambian las cosas —dije, sonriendo levemente—. Un momento estamos en una gala, jugandome mi continuación en la academia rodeados de luces y gente, y al siguiente, estamos aquí, bajo las estrellas, en total paz, luzco tan poético a veces — Comente entre risas

Miguel se acercó un poco más, rozando su brazo contra el mío, lo que hizo que mi corazón latiera un poco más rápido.

—Me gusta estar aquí contigo —dijo en un susurro, y pude sentir la calidez de su aliento cerca de mi oído.

—A mí también —admití, sintiendo que mis defensas se desmoronaban un poco más. No era fácil para mí ser cariñoso, pero la naturalidad con la que Miguel lo hacía me animaba a abrirme.

—¿Te importa si...? —dijo Miguel, dejando la pregunta en el aire mientras colocaba su mano suavemente sobre la mía.

—No, no me importa —respondí, cubriendo su mano con la mía y apretándola ligeramente.

Nos quedamos así, acurrucados bajo la manta, con las manos entrelazadas, apreciando el cielo estrellado. La compañía de Miguel hizo la noche aún más especial. En silencio, apreciamos juntos la serenidad del momento, dejando que las estrellas fueran testigos de nuestra creciente intimidad y de la paz que finalmente encontramos en esa fría noche.

— ¿Sabes una cosa? — Susurró Miguel

— Dime

— Cuando Chenoa ha dicho tu nombre, te juro por dios que nunca había sentido tanta liberación, estaba angustiado por si eras el expulsado.

Ecos de un amor infinito Donde viven las historias. Descúbrelo ahora