La despedida de Theo había dejado un nudo en mi estómago que no podía ignorar. El vacío que sentía no era solo por su partida, sino también por el desconcertante desprecio que nos había mostrado a Miguel y a mí. Mientras el resto de los concursantes comenzaba a salir del plató, la voz de Chenoa resonaba anunciando el final de la gala, pero yo apenas la escuchaba. Mis pensamientos estaban atrapados en el momento que acababa de suceder.
Miguel, siempre atento, notó mi estado y me tomó suavemente del brazo, guiándome hacia la salida. Caminamos en silencio hasta llegar al pasillo que conducía de vuelta a la academia, mientras el bullicio de los demás se desvanecía a nuestras espaldas. Me sentía como si estuviera en piloto automático, incapaz de procesar completamente lo que acababa de ocurrir.
— Nacho, no le des más vueltas, no vale la pena —dijo Miguel, tratando de consolarme mientras me pasaba un brazo por los hombros. Su gesto era cálido, pero no lograba aliviar el dolor que sentía.
—No entiendo porque no se ha querido despedir de mi... —murmuré, mirando al suelo, tratando de encontrar una explicación en mis propios pensamientos.
—Tal vez está enfadado, no sé, por la situación nuestra, o por cómo salió todo... Pero no es culpa tuya. A veces la gente reacciona mal cuando está herida.
Asentí, aunque no estaba convencido. No podía quitarme de la cabeza la frialdad con la que Theo nos había tratado en su despedida. Era como si hubiera borrado todo lo que habíamos vivido juntos, como si nuestras conversaciones, los momentos de complicidad, no hubieran significado nada.
—Vamos, no dejes que esto arruine la pedazo de gala que nos hemos marcado —continuó Miguel, dándome un pequeño empujón amistoso—. Hicimos una actuación increíble, Nacho. Y la gente lo vio, lo sintió.
Sabía que Miguel tenía razón, pero en ese momento, era difícil sacudirme la tristeza. Sin embargo, no quería seguir cargando con esa energía. Teníamos que volver a la academia, y no podía permitirme hundirme justo ahora.
—Tienes razón —dije finalmente, esbozando una sonrisa débil, pero sincera—. No voy a dejar que esto me hunda.
Miguel me sonrió con calidez, y sentí cómo su apoyo me ayudaba a recomponerme poco a poco. Nos detuvimos un momento antes de entrar de nuevo al edificio de la academia, y ambos respiramos hondo, dejando atrás la tensión de la gala.
—Lo que pase, pasará —dije, esta vez con más convicción.
—Exacto, y mientras tanto, seguimos adelante —respondió Miguel, dándome un suave apretón en el hombro antes de abrir la puerta.
Entramos juntos, encontrándonos con el resto de nuestros compañeros que también intentaban procesar lo ocurrido. Algunos se reían y hablaban de la gala mientras picoteaban algunas empanadillas en la cocina, tratando de recuperar la normalidad, mientras otros, como yo, se veían todavía afectados por la despedida de Theo. Aun así, la energía positiva comenzaba a regresar poco a poco al grupo, y me esforcé por unirme a las conversaciones y bromas, intentando dejar atrás el mal sabor de boca.
Sin embargo, justo cuando parecía que la noche podría terminar sin más sobresaltos, una voz rompió la frágil calma. Era Atlas, que se acercó a nosotros con una expresión mezcla de cansancio y molestia.
—Nacho, ¿puedo preguntarte algo? —dijo, cruzando los brazos—. ¿De verdad no te das cuenta de lo que pasa con Theo?
Le miré, confundido, sin saber a qué se refería.
—¿A qué te refieres, Atlas? —pregunté, sintiendo que algo desagradable estaba por venir.
—¡A que Theo estaba coladisimo por ti! —soltó, elevando un poco la voz, atrayendo la atención de los demás—. Todo el mundo lo veía menos tú, y tú ahí, pasando de él como si no existiera, mientras te fijas en alguien que visto lo visto no te quiere. No me extraña que se haya ido así de cabreado — Río irónico.
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Ecos de un amor infinito
RomanceEn el caos de los castings para un concurso musical, dos almas divergentes se cruzan en un encuentro fortuito. Miguel, con su aura enigmática y reservada, encuentra en Nacho un rayo de sol personificado. A pesar de sus diferencias como el día y la n...