Capitulo Ocho: El Lamento del Adiós

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27 de Octubre: Medici Tower

Cerebella cerró la puerta del baño tras de sí, sellando el bullicio del mundo exterior. La torre Medici, un epicentro de vida los viernes por la noche, quedaba ahora en un susurro distante. El vapor comenzó a invadir lentamente el espacio, mientras llenaba la bañera con agua caliente y esparcía unas gotas de su aceite esencial favorito. Este era su necesario respiro de tranquilidad antes de enfrentarse a la reunión en la oficina de Zane.

Desnudándose lentamente, dejó que su ropa cayera al suelo en un desorden despreocupado. Con un suspiro de alivio, se deslizó en la tina, sintiendo cómo el calor aliviaba la tensión de sus músculos. Cerró los ojos y dejó que el agua calmara su cuerpo, pero su mente no encontraba la misma paz.

Beowulf. Su imagen no dejaba de invadir sus pensamientos. No entendía por qué, pero se sentía obsesionada con él. Cada movimiento, cada palabra que habían intercambiado se repetía constantemente en su mente. Aunque era varios años mayor que ella, había algo en él que la confundía. La admiración que sentía por Beowulf como luchador siempre había estado ahí, pero ahora había algo más, algo que no podía definir claramente.

Cerebella miró al techo del baño con una expresión seria, colocándose una mano en la frente. Buscaba respuestas entre el vapor que llenaba la habitación y el blanco de las paredes. Su mente no dejaba de dar vueltas. Poco a poco, su corazón comenzó a latir más rápido sin motivo aparente. Quizás el calor de la tina había aumentado su ritmo cardiaco, aunque era muy extraño. De repente, su rostro se ruborizó al recordar la sensación de los brazos de Beowulf rodeando su abdomen, la firmeza de sus antebrazos sosteniéndola y el calor de su pecho contra su espalda.

Recordar ese instante hacía que su corazón se acelerara y su piel se erizara. Cerebella se hundió un poco más en la tina, tratando de calmar sus pensamientos. Respiró profundamente, inhalando el aroma relajante del aceite esencial.

No entendía qué era lo que sentía; era un sentimiento que le molestaba, pero también le resultaba agradable. La contradicción la frustraba. Sabía que debía concentrarse en la reunión que se avecinaba, pero cada vez que intentaba enfocar su mente en los asuntos importantes, el rostro de Beowulf volvía a aparecer, inquebrantable, en sus pensamientos.

Sumergió su cabeza bajo el agua por un momento, dejando que el silencio líquido la envolviera. Cuando emergió, con el cabello pegado a su rostro y los ojos cerrados, decidió que debía resolver esto antes de que se convirtiera en una distracción peligrosa.

Cerebella se levantó de la tina, asegurándose de que no se le hiciera tarde para la reunión. Se secó con dos toallas y usó un secador para peinar su cabello. Escogió unos pantalones de algodón gris y un suéter de lana color rosa salmón, algo casual para la pequeña reunión. Mientras se vestía, trató de vaciar su mente, concentrándose en los detalles prácticos de su apariencia y en la sensación reconfortante de la ropa limpia contra su piel.

Se miró en el espejo, ajustando el suéter y alisando los pantalones, tomando un momento para recuperar la compostura.

Con determinación, salió del baño, lista para enfrentar la reunión en la oficina de Zane. La noche aún tenía mucho que ofrecer. Faltaban doce minutos; Cerebella se puso unas botas cálidas, colocó su recién firmado Vice-Versa en su pequeño morral, como de costumbre, y se preparó para salir.

27 de Octubre: Oficina de Zane

Eran casi las once de la noche cuando Cerebella bajó de la limusina frente al imponente edificio que albergaba la oficina de Zane. A pesar del frío que se colaba entre sus ropas, se encaminó hacia la entrada con determinación. Una vez dentro, ascendió las escaleras que la llevaron al pasillo que buscaba.

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