Capítulo 5. El Wogh

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No fue mi mejor partido, pero creo que eso ya lo esperabas. Es la razón principal por la que el entrenador no había querido decirme nada. Sí, me puse nervioso. Al menos al principio. Pero ¿cómo no? ¡Por Messi! Si solo llevaba siete u ocho meses jugando al voleibol... Sí, había practicado deportes antes y desde que empecé parecía haberme sometido a un auténtico intensivo. Con todo, ¡no tuve tiempo de asimilarlo! Al menos, al principio. Quedaban un par de puntos para que el equipo contrario nos ganara el primer set cuando Leo se acercó a mí en uno de los tiempos muertos. No fue lo que dijo, algo de que «preocuparme por la mochila que olvidaba en el autobús no iba a conseguir que los deberes estuviesen hechos a la mañana siguiente», sino el cómo lo dijo. La cuestión es que me hizo reír y, de alguna forma, al salir la risa, salió también todo lo demás. ¿Cambiaba en algo mi vida el que esas personas estuviesen allí, en la grada? Entonces, recordé quien más estaba en la grada aquella tarde y la imagen de unos labios curvos que sonreían en un cobertizo me hizo perder el hilo de pensamientos. Para cuando quise recuperarlo, el entrenador ya me había atestado una colleja sin fuerza y me instaba a centrarme. Vi una arruga de preocupación cruzar su frente y desvíe la mirada. Sin embargo, el hombre bufó, me rodeo el cuello con un brazo y añadió en voz baja:

—¿Qué te preocupa en realidad?

No lo dijo con sorna o riéndose de mí. Así que me tomé el tiempo de reflexionar sobre ello. No lo sabía, no del todo. ¿Qué temía?, ¿no estar a la altura? ¡Por Messi! ¿A la altura de qué? Y volví a reír. Eso fue todo. El entrenador enarcó una ceja pero descarté sus dudas con un ademán de la mano mientras volvía a la pista. Todo estaba bien.

Y lo estuvo. No fue mi mejor partido pero tampoco mi peor. Ganamos tras un reñido tercer set en el que prácticamente me olvidé de la grada y de quien o quienes estaban en ella. Tampoco de quienes no estaban. Mi madre nunca iba a verme jugar y Lía tampoco. Por supuesto, mi padre seguía en España, así que nadie animaba por mí; sí por el equipo, pero no por mí. En ese tercer set no me importó, me olvidé de todo y solo pensé en la pelota, en los saltos, en los toques y en mis compañeros. Me metí tanto en el partido que todo lo demás dio igual. Y disfruté, mucho. No fue mi mejor partido pero sí hubo algo distinto, algo que en cambio se volvería rutina en los que vendrían después. Desde aquel día, antes de salir a la pista y oír el pitido de inicio de juego, siempre reía. No una carcajada estruendosa, el entrenador se habría enfadado al creer que no me tomaba en serio los calentamientos; pero sí una risa sencilla, profunda y liberadora. Y así, liviano y fresco, salía a la pista y lo daba todo.

Algo que no sabía de aquel partido en concreto es que ganarlo nos aseguraba un pase al campeonato. Perderlo no nos hubiera dejado fuera; simplemente ya, pasara lo que pasase en los que quedaban, estábamos dentro. Eso me producía sentimientos opuestos y complejos. Por un lado, me encantaba la idea de seguir jugando, enfrentarnos a equipos mejores y viajar a una ciudad nueva. Por otro, me agobiaba y frustraba. Yo no tenía dinero para algo así. Y, por supuesto, había que pagar. El club intentaba que los jugadores solo sufragaran el mínimo, pero sería mucho más de lo que yo tenía, aunque ahorrase durante un año entero. Y sólo tenía cuatro meses.

Para colmo, a los ojeadores de la selección argentina les había gustado lo que habían visto y me habían pedido que acudiese a una serie de concentraciones que se llevaban a cabo una vez cada semana en Esquel. La idea era crear equipos por regiones y enfrentarlos en un campeonato de selecciones. De ahí, ficharían a quienes pasarían oficialmente a representar a Argentina en mi categoría. Así que, el poco dinero que sí tenía se fue para los viajes en autobús desde Bolsón a Esquel. No quiero sonar desagradecido, esos entrenamientos eran, cuanto menos, interesantes; conocí a otros muchachos de mi edad que vivían en la provincia de Chubut —en realidad a mí me hubiera correspondido jugar en Río Negro; pero Bolsón, por algo relacionado con discusiones de altos cargos que nunca me interesaron lo suficiente, no jugaba con su provincia sino con Chubut—, aprendí más voleibol y entrené mucho. No obstante, ahora eran dos campeonatos los que me esperaban en pocos meses y no tenía forma alguna de financiar ninguno de los dos.

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