𝟏𝟕| 𝙴𝚗 𝚖𝚞𝚗𝚍𝚘𝚜 𝚊𝚓𝚎𝚗𝚘𝚜

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Parte dos

Jane entró en la habitación con una pila de ropa doblada en sus brazos, la luz del sol se filtraba a través de las cortinas pintando rayas doradas en el suelo con gotas de lluvia. Gustav estaba sentado en la cama, con la mirada fija en la ventana, sus ojos aún somnolientos se iluminaron al ver a Jane

—¿Cómo te sientes?— preguntó ella colocando la ropa en una silla cercana
—Mejor—

Jane se sentó junto a él, el aire estaba cargado de tensión y los latidos de sus corazones parecían sincronizarse como si compartieran secreto que el mundo no podía conocer

—He traído ropa limpia—

Gustav se quedó en silencio, tenía los ojos fijos en los azulejos del suelo sin atreverse a sostener una conversación. El reloj de pared marcaba las horas con un tic-tac monótono. La lluvia golpeaba contra los cristales, creando un telón de agua que parecía aislar la habitación del mundo exterior. Las manos de Gustav temblaban ligeramente. No había lágrimas en sus ojos, solo una tristeza profunda que parecía haberse instalado en su alma. El silencio entre ellos era denso, como una niebla que se negaba a disiparse

—¿Qué hice mal? —susurró ella, sin esperar una respuesta.

Él negó con la cabeza, incapaz de hablar. Las palabras se habían quedado atrapadas en su garganta, como mariposas que no podían volar.

La lluvia seguía cayendo, implacable. Pero dentro de esa habitación, había algo más fuerte que el agua que los rodeaba: el amor que habían sentido y que aún seguía allí, aunque ahora estuviera herido.

Jane se levantó de la cama y caminó hasta su ventana, trago saliva sin saber qué hacer. La lluvia seguía cayendo, implacable, como si el cielo también compartiera su tristeza. Jane se aferraba al alféizar de la ventana, mirando el mundo exterior con ojos cansados. El cristal estaba empañado, y su reflejo distorsionado parecía pertenecer a otra persona

—¿Por qué siempre te alejas? —preguntó ella, su voz apenas un susurro

Gustav no se volvió. Sabía que ella estaba allí, podía sentir su presencia como una sombra que la seguía a todas partes. Pero no quería mirarla. No quería ver la tristeza en sus ojos, ni enfrentar la verdad que escondía su pecho

—No puedo más. Espero que te sucedan cosas buenas porque mereces ser feliz— Contestó el

—Estoy cansada Gustav—Dijo ella con nudo en la garganta— Te estuve esperando durante mucho tiempo, tal vez por eso te amé al instante...Pero no voy a dejar de hacer mi vida por esperar algo que quizás nunca pase. Y si nuestro destino es estar juntos entonces no importa que hoy me despida de ti—

Gustav la miró, sus ojos oscuros llenos de tormento. El silencio se extendió entre ellos, como un abismo que amenazaba con tragárselos

—¿Y si nuestro destino no es estar juntos?—

Jane se mordió el labio, luchando contra las lágrimas. Había imaginado este momento tantas veces, había ensayado sus palabras en su mente. Pero ahora, frente a él, todo parecía más complicado

—Entonces está será la última vez—

Jane había intentado entenderlo, había buscado en sus ojos respuestas que él no estaba dispuesto a dar. Pero siempre había algo que se escapaba de su alcance

𝗠𝘆 𝗡𝗲𝘄 𝗡𝗲𝗶𝗴𝗵𝗯𝗼𝗿; Gustav SchaeferDonde viven las historias. Descúbrelo ahora