En una noche tormentosa, Bakugou caminaba por la calle, profundamente sumido en sus pensamientos mientras se aproximaba a su casa. Las imágenes de su propia muerte, recurrentes en sus terribles pesadillas, lo acosaban sin tregua, dejándolo en un estado de confusión y angustia. La lluvia caía en cortinas frías y persistentes, empapándolo y acentuando su malestar. A Bakugou nunca le había gustado la lluvia; siempre había sentido que la humedad y el frío le robaban fuerza y claridad.
De repente, en medio del aguacero, distinguió una figura conocida. Era Camie, quien, a pesar de la oscuridad y la lluvia, lo reconoció al instante. Sus ojos se abrieron con sorpresa al verlo tan alterado y desorientado.
— ¡Bakugou! — exclamó, su voz cargada de preocupación. Sin pensarlo dos veces, se acercó y lo abrazó con fuerza, ignorando por completo la lluvia que los empapaba. Al principio, Bakugou se tensó, no acostumbrado a este tipo de contacto tan repentino. Pero la calidez y sinceridad en el abrazo de Camie lograron romper sus barreras.
El sonido de la lluvia se convirtió en un susurro lejano mientras Bakugou sentía el latido del corazón de Camie contra su pecho. Cerró los ojos por un momento, dejándose llevar por la sensación de seguridad que ella le brindaba. Aunque seguía sintiendo la incomodidad de la lluvia, el calor de Camie era como un faro en medio de la tormenta.
— Camie... — murmuró, su voz apenas audible, cargada de una mezcla de sorpresa y gratitud.
Camie se apartó ligeramente, solo lo suficiente para mirarlo a los ojos, pero sin romper el contacto. Sus miradas se encontraron, y en ese momento, sin necesidad de palabras, Bakugou sintió que sus pesadillas perdían poder. La cercanía de Camie, su preocupación genuina, y la ternura en su mirada, eran un bálsamo inesperado.
— No estás solo, Bakugou — dijo Camie suavemente, acariciando su mejilla con una ternura que él no solía permitir, pero que en ese instante no rechazó.
La tormenta seguía su curso, pero entre ellos se había formado un refugio cálido y reconfortante. A medida que los minutos pasaban, Bakugou se dio cuenta de que no importaba cuánto odiara la lluvia, mientras tuviera a alguien como Camie a su lado, incluso las noches más oscuras podían tener un rayo de luz.