Matices de gris

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La noche anterior había sido la cereza del pastel para todos los sucesos nefastos que sufrió Aziraphale, su cabeza no le dejaba descansar porque le bombardeaba mil y un pensamientos llenos de culpa; Estaba preocupado por Crowley, no podía saber si estaba bien y en casa, si es que había ido a casa, conociéndolo pudo irse a cualquier lado, era un desastre completo, deseaba que donde fuera estuviera seguro y no volviera a encontrarse con ese idiota o alguien igual. Pensando en eso revivió squel momento en la cafetería, como Crowley pensó tan rápido en una forma de salir de ahí, era excelente mintiendo, tanto, que por un momento creyó que iba a besar a ese tipo, tanto lo creyó que le dolió y no comprendía la razón, si trataba de recordar la sensación era algo horroroso, una mezcla asquerosa de miedo, tristeza, ira y tal vez envidia. Por un mínimo instante, al verlo acercar su boca a al otro, algo muy dentro de Aziraphale se moría por ser él en vez de ese completo tarado.

Al paso de las horas el cansancio venció toda aquella tormenta en su cabeza y se quedó dormido, durmió tanto que no pudo despertar antes que su alarma sonara, de hecho le pareció que nunca se activó porque lo que le había despertado eran los gritos de su madre.

-¡MIRA QUE HORA ES, VAS A LLEGAR TARDE!-

Aziraphale se irritó bastante aunque no dio ninguna muestra de eso, al ver el reloj se dio cuenta que el despertador había sido apagado, parecía que el día horrible se iba a repetir. Con mucho apuro hizo todo lo que debía, excepto desayunar, aunque fue lo mejor, al bajar vio a su hermano Uriel en la mesa, lo más seguro es que iba a encontrar algo asqueroso en su plato, también se imaginaba la razón de que su despertador no funcionara. Uriel había sido el último hermano mayor en dejar la casa y cuando por fin se fue, Aziraphale por fin podía despertar con la tranquilidad de que no habría cosas muertas en su almohada, nadie habría escondido sus calcetines, nadie abriría el agua caliente mientras se bañaba y demás travesuras que no podría delatar.

-Ya me voy, adiós-  no se molestó nisiquiera en saludar.

-Yo te llevo, no vas alcanzar a llegar a tiempo aunque corras... bueno no a tu ritmo- Uriel se apresuró a terminar su café

-No gracias-

-Aziraphale, no seas tan mal agradecido, tu hermano se está ofreciendo a hacer un favor, aun después que todo es culpa de tu pereza-

Una rabia inmensa se apodero de todo su ser, normalmente cuando terminaba reprendido por culpa de sus hermanos, solo podía sentir una frustración terrible, un hueco gigante y la tristeza de no saber que es lo que hacía mal para que nunca creyeran en él. No era perezoso, vivía bajo una exigencia absurda y no existía reconocimiento alguno, merecía ser visto y respetado, pero de nuevo guardo silencio, ya no por temor, fue total precaución al saber que si por cualquier motivo lo castigaban, perdería su privilegio de confianza, y eso era lo único que le permitia el tiempo con Crowley.

Sin remedio alguno, terminó en el auto de Uriel, sin dirigirle ni una sola palabra, ni siquiera miraba en su dirección. Quiso azotar la puerta al bajar pero era demasiado educado como para hacer algo así, solo esperaba  ver a Crowley. En cada oportunidad que tuvo lo buscó por los pasillos, incluso hechando vistazos en cada salón que podía, tambien intentó en el invernadero pero no había forma de preguntarle a alguien porque él era la única persona con quien hablaba además de Hastur y Ligur, comenzaba a sentirse desesperado y contra todas las advertencias que le dio Crowley sobre acercarse a ellos, fue a buscarlos.

Para variar, estaban fumando esos cigarrillos otra vez, Aziraphale esperaba que nada de esa pestilencia se le quedara en la ropa.

-Oye ¿esta cosa esta muy fuerte o en verdad hay una pelusa gigante ahí?- Hastur pasó el cigarrillo a Ligur.

Malas influencias Donde viven las historias. Descúbrelo ahora