Nuestras miradas siguieron la comitiva hasta que se perdió abruptamente entre la neblina del bosque y el ruido de cascos y ruedas murió en el aire silencioso de la noche.
Lo único que quedó para asegurarnos de que la aventura no había sido simplemente la ilusión de un instante fue la joven, quien, justo en ese momento, abrió los ojos. Yo no los podía ver, porque ella se había volteado hacia el otro lado, pero levantó la cabeza, evidentemente mirando a su alrededor, y oí una voz muy dulce que preguntaba en tono quejumbroso:
—¿Dónde está mamá?
Nuestra querida madame Perrodon le contestó tiernamente, agregando algunas palabras de consuelo.
Luego le oí preguntar:
—¿Dónde estoy? ¿Qué lugar es este?
Y después dijo:
—No veo el coche. ¿Y Matska? ¿Dónde está Matska?
Madame respondió todas sus preguntas hasta donde pudo entenderlas, y gradualmente la muchacha recordaba cómo había sucedido la desventura, y se puso feliz cuando supo que nadie en el coche, ni ninguno de los que estaban atendiendo, había sufrido heridas. Pero, al enterarse de que su madre le había dejado aquí hasta su regreso en unos tres meses, se puso a llorar.
Estaba yo al punto de agregar mis consuelos a los de madame Perrodon, cuando mademoiselle De Lafontaine me tomó del brazo y me dijo:
—No te acerques. Por ahora ella no puede conversar con todos nosotros al mismo tiempo, sino solamente uno por uno. En este momento cualquier agitación le podría hacer daño.
Tan pronto esté cómodamente acostada en una cama, pensé yo, voy a ir a su cuarto para verla.
Mientras tanto mi padre había despachado a un sirviente a caballo para que fuera a traer al médico que vivía a unas dos leguas de nosotros. Y una habitación se preparaba para recibir a nuestra joven huésped.
Ella se levantó ahora, y recostada en el brazo de madame, caminó lentamente por el puente levadizo y entró al castillo. En el amplio vestíbulo del castillo los sirvientes la esperaban, y sin más demora la condujeron a su habitación. El lugar que habitualmente usamos como salón de estar es una sala larga con cuatro ventanales que dan a la fosa y al puente levadizo, y al bosque que antes describí. Los muebles son de roble tallado, y hay altos escaparates. Los asientos están forrados de terciopelo carmesí de Utrecht.
Las paredes están cubiertas de tapicerías con grandes marcos dorados, y las figuras, de tamaño real, están vestidas de atuendos antiguos y muy curiosos.
Los personajes representados están dedicados a la cacería, a la halconería, y en general a un ambiente festivo. El lugar no es tan majestuoso como para no ser cómodo. Y es aquí donde nos tomamos el té, porque papá, con su consabida tendencia patriótica, insiste en que la bebida nacional debe aparecer con regularidad, sin descuidar el café y el chocolate.Aquella noche estuvimos sentados allí con las velas prendidas hablando de los acontecimientos de la tarde. Madame Perrodon y mademoiselle De Lafontaine nos acompañaban. Nuestra joven visitante apenas se había acostado en la cama cuando entró en un sueño profundo, y las dos señoras le habían dejado al cuidado de una sirvienta.
—¿Cómo le parece nuestra invitada? –le pregunté a madame apenas entró al salón–. Cuénteme todo de ella.
—Me gusta mucho –contestó madame–. Casi diría que nunca he visto una criatura más hermosa. Es como de la misma edad tuya, tan amable y querida.
—Sí, es absolutamente bella –añadió mademoiselle, quien se había asomado por un momento a la habitación de la niña.
—Y tiene una voz tan dulce –agregó madame Perrodon.
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Carmilla
VampireLa Vampira más enigmática de la literatura del horror del siglo XIX. . . . . . Ésta historia NO es mía. Quiero aportar a la comunidad y dar la oportunidad de que éstas historias maravillosas sean más accesibles.