|El camino a casa|

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|Astaná, Kazajistán, 11 de junio, 2021|

Tercera vez en el día que su madre se incorporaba únicamente para sacar todo lo que su estómago almacenaba, pero este ya estaba casi vacío, por lo que el agua que consumía para no deshidratarse era lo que salía de su boca, acompañada por coágulos de sangre.

Un pequeño pañuelo limpió con cuidado sus agrietados labios, mientras una mano acariciaba su espalda en un ritmo paulatino para calmar sus arcadas, vomitar requería ahora de un esfuerzo mayor que era fácil para la mujer agitarse después de su rutina, su garganta estaba irritada por no dejarla descansar.

—Voy a darte tu medicina. —La débil mano se aferró a su muñeca—. Mamá.

—Olvídalo, mi amor, la medicina sólo retrasará... Lo que ya sabemos. No existe cura para esto. —Entre sus manos tomó el casi huesudo dorso de su madre, en dos años ella había perdido peso abismalmente, su belleza había desaparecido y ahora parecía realmente una mujer mayor, mucho mayor a su verdadera edad.

Los largos dedos de su hija acariciaron su rostro con un cariño que no se habían permitido demostrar en todos esos años, la mujer de cabellera castaña clara empezaba a arrepentirse de su indiferencia del pasado, ahora que su vida estaba colgando del delicado hilo, observó con adoración a su más preciosa creación, no esos medicamentos que se originaban en Gen-Sys, no todos los experimentos que se hacían con chimpancés.

Ella.

Deena.

Era su más hermosa y amada creación, había salido de ella, había creado y formado esa preciosa vida que adquirió sus bonitos ojos azules, mucho más azules que los de ella y su esposo juntos, como si ambos lagos se hubieran juntado para darle más color a la mirada de su hija.

Nunca tuvo el tiempo suficiente para detenerse a verla, ¿Cuándo había dejado de ser esa chiquilla de cinco años que se aferraba a su pierna cuando iban al centro comercial?

Aquella niña que fue embarrada de pastel por Will Rodman, su mejor amigo; en cuestión de segundos, Deena no era más una niña, era una joven adulta que estaba aprendiendo a vivir en un mundo diferente al que conocía antes, todo gracias al virus que ellos crearon.

Aiday Kusainov soñaba con una vida diferente, si hubiera abandonado todas esas juntas, esas reuniones de imprevisto porque un experimento salió mal, cambiar las horas de desvelo en Gen-Sys por pasar un solo festival con Deena.

Tal vez todo sería ligeramente diferente.

No se sentiría tan miserable.

Al menos tenía cierta paz en su alma, pues había logrado asistir a la que sería sin saberlo, la última competencia de su hija. Ganó el primer lugar, como siempre, su preciosa bebé nunca aspiraba al segundo lugar. Pequeña niña competitiva.

Y a pesar de no haber sido una excelente madre. Deena estaba ahí, intercambiando los papeles, ella es quien le cuidaba cuando en el pasado era su madre la que corría a ella ante cualquier fiebre o dolor, ni siquiera su manga de la playera manchada con gotas de su sangre parecía importarle en lo más mínimo, enfocada completamente en cuidar de su madre.

La volvió a recostar en la cama, arropándola como arroparías a un niño, acomodando sus sudados cabellos para que no le estorbara en su rostro, la chica se limpió las manos en el baño antes de dirigirse a la puerta de la habitación, no tenía llave, lo que significaba que había alimento fuera de esa madera. Deena abrió para recoger la charola del suelo, notando en la esquina del pasillo una cabeza que se escondía al percatarse que había sido atrapada.

𝐖𝐚𝐥𝐤𝐢𝐧𝐠 𝐖𝐢𝐭𝐡 𝐓𝐡𝐞 𝐃𝐞𝐯𝐢𝐥 | 𝘓𝘢𝘴𝘵 𝘏𝘰𝘱𝘦Donde viven las historias. Descúbrelo ahora