•Capítulo 18•

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|San Francisco, 11 de marzo 2019|

—No vas a encontrar nada ahí. —Desde la entrada fue capaz de percibir la tensión en el pelaje del simio, no esperaba encontrarla ahí. Ni uno de los esperaba encontrarse en ese momento.

César fue girándose para encarar a la joven que permanecía en la entrada del almacén, las luces seguían apagadas por lo que sólo podía ver su silueta contorneada por las sombras, al contrario de Deena, quien podía verlo casi con claridad gracias a la tenue luz de la luna que se posaba sobre el joven simio.

—Iba a entregártelo más tarde, veo que tenías prisa. —Ninguno de los dos se movió de sus posiciones, como si esperaran la más mínima acción del otro, el simio logró verla moverse, dejando que la luz poco a poco tomara contorno de su figura, viéndola—. Es esto lo que quieres.

Las cápsulas del ALZ-113. 

Deena se había guardado todas de la bóveda de Will, llevándolas en su pequeña mochila, su plan inicial era llevarle a César aquellas cápsulas, un acuerdo que habían realizado un día atrás, el simio nunca pensó que la chiquilla estuviese un paso adelante que él.

Ingenuo, Deena siempre había estado un paso adelante.

Sus dedos se tocaron brevemente cuando la joven le entregaba las cápsulas, el simio sintió su propio pelaje erizarse ante la tensión; justo ayer habían tenido inconformidades, después de decidir el plan, nuevamente César intentaba separarla de él, alejarla para que su inminente despido fuese menos doloroso para ella, pero la heredera de los mares se aferraba con recelo al delgado hilo que los unía.

Sostuvo aquellos pequeños cilindros entre sus dedos, sintiendo aún la frialdad al haberse sacado poco antes del frigorífico, no encontrando nada mejor que observar, ya que se rehusaba a verla.

Porque si la veía, sabría que caería nuevamente.

—¿Ya tienes prisa por irte? —Y lejos de sus pensamientos y de sus metas, los extrañamente brillantes ojos de César dejaron de prestarle atención a las cápsulas que tenía en sus manos, ahora sólo podía observarla a ella, era hasta aterrador la manera tan sencilla en la que Deena podía hacer que el simio quebrantara sus barreras; al verla, no se había percatado que llevaba encima un suéter enorme del mismo color que sus ojos, verde—. No puedo dormir.

Inconscientemente, ambos jóvenes levantaron sus cabezas para encontrarse con el tejado de la casa de los Rodman, la redonda ventana les saludaba con un aire de nostalgia al convertirse en una puerta al pasado; ya nadie ocupaba esa habitación mas que la propia Deena, en un desesperado intento de recuperar lo que ella sentía perdido.

El dividido simio le dedicó pocos segundos al techo, luego volvió con la chiquilla alumbrada por la luna, para finalmente girar su atención hacia el horizonte, en dirección al refugio. Deena captó cada movimiento suyo sin siquiera verlo directamente, con sólo una mirada de soslayo fue capaz de percibir su indecisión, suspiró con pesadez metiendo sus manos a los bolsillos de su sudadera.

—Ya vete, —habló de manera tajante sin ser su verdadera intención—, tienes cosas más importantes que hacer, iré a verte mañana.

E inclinó su cuerpo, dispuesta a regresar a la calidez vacía de su hogar, pero, una mano no humana, grande y áspera apretó con suavidad sus propios dedos, no tuvo el tiempo suficiente para buscar una respuesta en los ojos del simio, pues este ya la estaba dirigiendo a las escaleras que daban hacia el techo, dejó que ella subiera primero siendo él el que resguardarla su subida en dado caso de que la poca visibilidad de la noche le hiciese dar un paso en falso.

No sucedió.

Deena sabía manejarse bien aún en la obscuridad.

Sus pesos encima del tejado no provocaron ruido alguno, acostumbrados a pasar las cumbreras de manera sigilosa. Tomaron asiento uno al lado del otro, teniendo a la preciosa luna justo frente a ellos, regalándoles su luz, únicamente a ellos y a nadie más. 

𝐖𝐚𝐥𝐤𝐢𝐧𝐠 𝐖𝐢𝐭𝐡 𝐓𝐡𝐞 𝐃𝐞𝐯𝐢𝐥 | 𝘓𝘢𝘴𝘵 𝘏𝘰𝘱𝘦Donde viven las historias. Descúbrelo ahora