Recuerdos de una luz apagada.

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Hoy era un día común para mí, tráfico por todos lados, gente caminando mientras me ignoraban, pocas ventas y un calorón aunque ya eran las seis de la tarde. ¿Tenía mejores cosas que hacer? No. Mis hijos están en alguna parte de la ciudad o tal vez en otro país, viviendo sus vidas lejos de mi. ¿Mi esposa? hace años que no se de ella.

Ay mi flaquita, ella era alguien muy dulce. La conocí mientras estudiaba leyes, pero no fuimos novios hasta muchos años después. Ella siempre fue muy amable, su voz era más dulce que aquellos mazapanes que ella tanto amaba, su voz era tan serena y su su sonrisa era la más coqueta de todas, realmente la amaba mucho.

Me acuerdo aquél día que me le declaré, los dos estábamos nerviosos, pero me terminó dando el sí. Pasó el tiempo y tuve que meterme a trabajar porque un pequeño diablito venía en camino. Decidimos ponerle mi mismo nombre, Jesús. Aunque de cariño le decíamos Chayito. Me metí a trabajar a una maquiladora y aunque no me pagaban muy bien, era lo mejor que podía conseguir. Me encantaba ver a mi flaquita emocionarse cuando yo llegaba del trabajo. Prendíamos la televisión y veíamos novelas hasta quedarnos dormidos. Al despertar ella cocinaba el desayuno y hacía un desastre en la cocina, desastre que a ella no le gustaba limpiar. Recuerdo cuantos pleitos tuvimos hasta que dividimos todas las tareas del hogar, todo con tal de tener un sitio hermoso donde naciera nuestro hijo.

No pasó mucho hasta que nació "Chuyito" y poco después vino otro diablillo; Edgar. Esos dos son nuestros mayores orgullos. Ella siempre los amó, incluso más que a mi, pero ella siempre nos hacía sentir amados, siempre nos apoyó y créame cuando digo que yo lo hice aún más. Ella los crio con tanto amor que hasta envidia me daba oiga, ella era la mamá perfecta si me lo pregunta.

Ay mi flaca chula, viera como la extraño. Desde aquel 15 de enero no se nada de ella. Ese día me acuerdo bien que estaba nublado, aún no llovía. No había mucha comida en la casa y me pagaban la quincena el siguiente día. Yo llegaba por la tarde de la chamba, entonces mi flaca les dio de comer a los niños, pero ya no había más comida pa los dos, ¡Ay mi flaca! Ella siempre ahorraba, entonces de su pequeño ahorro que tenía bien guardadito salió a comprar comida para tenerme la cena lista. Ya era tarde, pero pues le valió. Pero si tan solo me hubiera esperado, una horita más. O si le hubiera dicho a Margarita de la casa de enfrente que le hiciera el mandado.

Si, yo se que no es su culpa, solo quería tener la cena hecha para tenerme contento, pero eso nunca me importó. No me emocionaba la cena lista, me emocionaba verla ahí, tan bella y reluciente, la admiraba más que a un atardecer.

La poli no ayudó mucho después de su desaparición. Chuyito y Edgar aún eran chiquitos, no les dolió tanto porque apenas y estaban aprendiendo a gatear. Ya crecieron y trataba de distraerlos cuando tuviera chance. Me acuerdo cuando descansaba e íbamos a la plazuela a dar la vuelta, se emocionaban mucho con los organilleros, siempre les compraba una nieve; una de limón y otra de mango porque los dos tienen gustos muy diferentes. No sabe lo que daría para volver a vivir esos momentos y para volverlos a ver.

Y bueno, aunque tuvimos días buenos, Margarita tuvo que cuidarlos varios días, yo no podía hacerlo por mi chamba y como ella ya tenía experiencia y era madre de tres diablillos pues no tuve de otra. Yo me encargue de todo lo que necesitaran: de sus estudios, su ropa y su comida. Todas las navidades Santa les llenaba los arbolitos. Pero no estuve tanto tiempo ahí y viera cómo me arrepiento, hasta ahora agarré el veinte de que ellos no necesitaban nada de eso, necesitaban un papá.

Yo digo que por eso cuando iban a entrar a la universidad, se fueron sin decir nada. Quiero creer eso, porque si no...

Y pues bueno, no he sabido nada de ellos desde entonces. No tuve chance de aguitarme y tuve que seguir trabajando, sin esposa ni hijos pues le metí más enjundia. Trabajaba en el cine de la calle cuarta. Jijo, si no me hubiera caído ahí hubiera andado un buen rato más. Viera cómo me gustaba esa chamba, como no tenía nada mejor que hacer pues ahí me la vivía. Todo iba bien hasta que me caí por las escaleras de la sala dos. No tenía seguro porque nomas me contrataron por hacerme el favor. Entonces no me dieron incapacidad y mi patrón me corrió por faltar tanto. Me quedó fregada la pierna, entonces Margarita me hizo el favor de dejarme vivir con ella. Primero dijimos que durante un tiempo y después ya le valió. Ella y sus hijos se encargaron de darme comida y fui como un tío para sus hijos y ya que me hice más viejo fui como un abuelo.

Mi comadre es muy amable, un pan de Dios dicen por ahí, pero no quería depender totalmente de ella, no me gusta sentirme como un estorbo o una carga para mi comadre y sus hijos. Entonces Margarita me prestó dinero y fui al centro a vender mazapanes, como los que le gustaban a mi flaca. Ahí por las escaleras antes de bajar al mercado. Pasa mucha gente todos los días y aunque pocos se dignan a voltearme a ver y no vendo mucho, trato de ver el lado bueno. Uno tiene que ganarse una moneda para salir adelante pues.

Ir a vender y regresar a la casa de Margarita a dormir, así he estado durante los últimos 16 años. Solo existo. A veces me pongo a imaginar ¿Qué pasaría si el Chuyito o Edgar vinieran? ¿Me reconocerían? Pero pues la imaginación no me alcanzó porque parece ser que primero vino usted, flaquita chula.

Antología: Cuentos y Poemas Del Verdadero YoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora