Antología: Cuentos y Poemas Del Verdadero Yo

Amnistía Injusta

El viento golpeaba las paredes de madera con su llamativo cantar. Como si estuvieran disgustadas, las paredes se quejaban con un particular chillido. Los árboles danzaban al son del aire y la luna iluminaba todo el claro del bosque mientras el cielo lloraba por la desgracia que se avecina.

McCree era un viejo señor chapado a la antigua. Tenía linaje indígena y de los hombres blancos, aunque él se sentía más "indio" que blanco. Él había pasado sus primeros y últimos años de vida en el bosque, cazando y pescando lo necesario para sobrevivir. No es que viviera apartado de la civilización; en tiempos de frío o cuando es temporada de lluvia, va al pueblo más cercano por víveres. Vive en la vieja cabaña de madera de su madre, heredada como su última voluntad.

Ubicada a la orilla del claro de un bosque, se encuentra la pequeña cabaña de madera antigua, donde había más de un tablón podrido por las fuertes lluvias del lugar. No tiene nada más que una cama y una gran y vieja mesa acompañada de dos sillas, por si algún día Amanda decide visitarlo. Afuera está su "espacio de trabajo", que es una mesa utilizada para desollar y partir a sus presas para sus comidas del día al día. Un par de metros más adelante está una fogata ubicada debajo de un techo improvisado y, un poco más allá, se encuentra un baño de pozo con un agujero lo suficientemente profundo como para no necesitar cambios durante dos generaciones.

Es viernes o sábado, tal vez domingo. Estar en el bosque durante los últimos quince años de su vida había hecho que McCree perdiera el sentido del tiempo. Como era costumbre, al amanecer el viejo salió al río que estaba a aproximadamente medio kilómetro de su hogar. Pensó en ir a caballo, pero el clima era agradable para caminar. ¿El bosque? Uno muy bello, me atrevería a decir que uno de los más hermosos del país.

Era un bosque donde los árboles tocaban sus ramas cual si fueran jóvenes tomados de las manos. La luz se filtraba con timidez y el viento murmuraba leyendas pasadas mientras las sombras bailaban una danza ancestral. El musgo cubría los troncos y las piedras acompañaban a los árboles en su melancólica vida. Los pájaros cantaban de alegría y dicha por el viento.

De camino al río, McCree comenzó a recordar cuando era niño y su madre le contaba historias acerca del bosque. Según las creencias de su tribu, en el corazón del bosque habitaba el señor del bosque, una misteriosa criatura que se manifestaba en un ciervo rojo. Él era el creador del bosque y de toda la vida en él. Se decía que solamente los de corazón puro y que respetaban a la naturaleza podían verlo. También corría el rumor de criaturas gigantescas. Al norte del bosque, donde había menos árboles y el pasto era más verde, habitaba Ortake. Un enorme oso territorial que acabaría con cualquiera que atentara contra el bosque. En el sur, donde los árboles eran tan espesos que la luz no se atrevía a entrar, era territorio de Fyartak, un coyote del tamaño de un humano, más rápidos que las flechas y más veloz que el ojo. que protegía la vida de todas las criaturas del bosque.

Se contaba que las civilizaciones antiguas sufrian por estos seres, pues los exploradores y recolectores que viajaban a estos sitios jamás regresaban. Se dice que el chamán mayor llegó a una tregua con ellos y con el mismísimo señor del bosque, en la que prometió que él y su pueblo cuidarían y respetarían el bosque durante 200 años, asegurando su bienestar. Los hijos del señor del bosque confiaron en los humanos, pero su padre añadió algo más al convenio: "Me han cautivado. Invernaremos durante doscientos años. Si al regresar la naturaleza ha sido dañada y el bosque llora, el menor de mis hijos, el que ustedes conocen como Ozark, saldrá para castigarlos por su insolencia."

La tribu de McCree contaba que aún más al sur de los territorios de Fyartak había un bosque oscuro. Un bosque dónde el humano tenía prohibido entrar, territorio de Ozark. Los humanos, aún temerosos por las consecuencias, aceptaron el convenio.