La dama y el terco.

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Narradora: Era una tarde cualquiera, el cielo color rojizo anunciaba la pronta caída del día y el ascenso de la oscuridad. En aquella anticuada casa de aquella vieja vecindad de aquél sucio barrio se encontraba Don Armando. El amargado señor se encontraba limpiando su pequeño, pero acogedor hogar. Al salir al patio un mal augurio se presentó en su posada; pétalos de la bella cempasúchil cubrían la fachada de su morada.

Don Armando: Curioso. Algún joven payaso delincuente debió ser. Espantoso el hecho.

Narradora: El amargado señor vive junto a su soledad. No más que su televisión y su vieja y chillona mecedora, sus amigos del alma. Para Don Armando no hay nada igual que pasar el día en su sala de estar mientras va de aquí para allá en su mecedora mientras ve alguna telenovela de su época.

En la sala, Armando recordó su juventud, en aquél tiempo él era un hombre de rancho, hecho y derecho.

De pronto, la penumbra ennegreció la habitación. La televisión cortó su señal. Silencio absoluto, un lugar de paz. Un olor muy particular comenzó a llenar la habitación.

Don Armando: Ese olor a azahar... ¿Anís? ¿Acaso huele a pan de muerto? Ya me puse contento, da la casualidad que aquí tengo una coquita para hacerle compañía al panecito.

Narradora: ¡De Repente! Una luz naranja iluminó la ventana. Don Armando creyó que era la vela del cobrador de renta.

Don Armando: Mendigo Chuy, otra vez dando lata. Ya te gustaría que yo estire la pata. ¡Vete ya! Si no tienes motivos para discutir conmigo. El pago es el lunes, amigo.

Narradora: Un fuerte viento arremetió en la casa de Armando. Una figura femenina se avistó por la ventana. El corazón del viejo rápidamente latió. Él lo supo, era la calaca, la huesuda, la flaca o la inmunda.

Catrina: ¡Don Armando! ¿Se puede pasar? Será una visita veloz.

Don Armando: ¿Tiene pan de muerto?

Catrina: Lamentablemente no, mi particular aroma es lo que usted olió. ¿Puedo pasar?

Don Armando: No. Ya deje de molestar. ¿No ve la hora? 12:30 en el reloj. Dígame por qué la razón de su tocar.

Narradora: La catrina sonrío y gentilmente exclamó:

Catrina: Disculpe la molestia, no era mi intención interrumpirlo. Por usted preguntó mucho Manuelita, por eso de pasar pedí permiso.

Don Armando: ¿Manuelita? ¿Mi vieja? 15 años lleva muerta, no sea ridícula. Pase usted de una vez, de todas formas ya no me dejó ver la tele.

Narradora: La Catrina abrió la puerta con mucha delicadeza. Resaltó su vestido blanco con encaje rojo y un velo de tonos rojizos y anaranjados. Su gran corona de cempasúchil brillaba cual si fuese el sol. 

La huesuda caminó lentamente, pero con una elegancia que solo una mujer refinada podría poseer. Se colocó a la orilla de la vieja mecedora de aquél viejo.

Catrina: Ya llegué Armando, ya vine por ti. Anda, hay que irnos, te están esperando allí arriba.

Don Armando: Señora, déjame dormir. Hoy yo no he de morir, no es el día ni la hora. Hágase pá allá para poder estar en paz, no sea mala persona.

Catrina: La negación es normal Don Armando, pero este es un momento que a todos les llega, sin importar cuanto le saquen.

Don Armando: Mucha habladuría oiga, pero mi opinión no ha logrado cambiar. Sé bien cuándo he de morir y no será ahora. Además ¿Cómo sé que usted dice la verdad? Capaz y sea solo otra loca del centro.

Catrina: Don, le aseguro que la catrina de cempasúchil y hueso soy yo, pero por favor, ¿me permite saber el por qué cree que no le tocaba hoy?

Don Armando: Allá en Ahome, el diablo se apareció. Con mi machete subí la vieja torre y ahí me visualizó. A puro golpe me enfrentó, pero al final yo salí vencedor. El cielo se abrió y se escuchó una voz: "Hijo mío, has demostrado tu valor. Si lo necesitas, te haré un favor."

Catrina: Pues déjeme informarle que está en un error, el patrón fue quien por usted me envió.

Don Armando: Aaaa pues que bueno que me dice para ya no rezarle al Santo. Váyanse los dos bien agarrados de la mano.

Catrina: ¡Don Armando! A la gente no ande insultando. Además, el tiempo se nos acaba, no sea usted un fantoche.

Don Armando: Fantoche su abuelo, yo soy y he sido un caballero. Largo ya, estoy adormilado y ya se nos va la noche.

Catrina: Señor, he venido por usted en buena fe. Sin embargo, usted hoy se muere y nada se le puede hacer.

Narradora: La Huesuda, harta del comportamiento del señor, tomó de su brazo y lo llevó al más allá. Una vez ahí, Don Armando pasó las puertas de la corte del otro plano. La catrina comenzó a fanfarronear por su trabajo.

Catrina: ¡Mi chamba ya ha terminado! Vaya que ha sido un día cansado. Pero por fin me traje al Don al otro plano.

Narradora: De pronto, el más allá comenzó a retumbar. Todo el lugar comenzaba a perder la cordura, cuando a lo lejos apareció una figura.

Don Armando: ¡Flacucha! ¿Qué anda haciendo?

Catrina: ¡Don Armando! ¿Qué está sucediendo?

Don Armando: Yo se lo dije, pero nomás usted no escucha. Recuerde que "Al que madruga, Dios lo ayuda." Además me machetee a su tío. Oiga, ¿Va pa' abajo? No se vaya sinmigo.

Narradora: La Catrina comenzó a carcajearse. Ella sabía la realidad: la terquedad del Don lo logró salvar. Parece ser que el de arriba no lo quiso, prefirió esperar un poco más y ver si en la tierra lo logran apaciguar. Pero esa es la virtud de aquél Don: no temerle a la muerte. Él morirá cuando él lo decida. Tal vez con algo de suerte, unos cuantos años más viva. 

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⏰ Última actualización: Nov 18, 2024 ⏰

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Antología: Cuentos y Poemas Del Verdadero YoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora