Un mañana que pasó a ser el hoy.

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Katsuki aseguraba que no había mejor forma de despertar que esa.

Los suaves rayos de sol entrando por aquellas cortinas azul oscuro, iluminando su perfil suavemente. La calidez de la sabana cubriendo su cuerpo del frío que su desnudez atraía, y los suaves y firmes brazos de su pareja rodeando como pulpo su cintura.

Mañanas como esas traían felicidad a su pecho, incluso si no fuera a admitirlo en voz alta. Recuerdos que sin duda atesoraría cuando estuviera canoso y arrugado.

Besó con adoración la cabellera verde con olor a champú lavanda, provocándole cosquillas en la punta de su nariz. Acarició su frente con su barbilla dos, tres veces antes de sentir como se removían bajo suyo. Sonrió, y esperó pacientemente a que el sueño se desvaneciera del cuerpo ajeno, hasta que unos enormes ojos esmeralda, brillantes, que lo volvía loco, lo miraron perezosamente.

—Buenos días— Murmuró el peliverde, con una suave sonrisa y un pequeño carmín en sus mejillas.

—Muy buenos— murmuró Katsuki, bajando para besar sus mejillas, calientes. Tres, cuatro, cinco besos, pasando una a otra, de vez en cuando a su barbilla, y finalmente hacía sus labios.

Escuchó la leve risa entre besos perezosos. —Tu boca apesta—fue un susurro, leve y que gracias al silencio de aquella mañana pudo tener la oportunidad de escuchar, por lo que solo repartió algunos cuantos besos más por toda la extensión de sus labios. Hizo un pequeño esfuerzo para soltarse de su agarre, subir y sentarse en las caderas del verdoso, riendo por el leve quejido sorprendido de su pareja.

—Pesas— dijo, con voz ronca.

— ¿A quién mierda llamas gordo, nerd?— bromeó ofendido. Entonces él solo río y atrajo su boca húmeda a la suya, mientras el rubio acariciaba levemente su pecho, los indicios de barba y el calor subiendo por su piel. Chupó su lengua, besó sus labios, lamió su barbilla y comenzó de nuevo, de vez en vez. —Te amo, Deku—

El chico carcajeó, risueño, feliz, enamorado. Y empujó el cuerpo del rubio fuera de la cama.

Cayó y golpeó su cabeza con lo que creyó fue un mueble. Su vista se nubló repentinamente, y lo último que pudo recordar, fueron las risas de su novio retumbar en su cabeza y lo que creía fue su silueta asomándose fuera de la cama, pecas, ojos verdes, sonrisa grande.

—Te amo, Kacchan.

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Gruñó, molesto, aturdido. Trató de abrir sus ojos, pero su empañada vista le impidió poder ver más que unas fastidiosas luces, parpadeando en un patrón constante, cada vez más fuerte, azul, rojo, azul, rojo, y así más veces de las que evidentemente contar. Tuvo el instinto de voltearse y pedirle a su novio que apagara la alarma, que cerrara la ventana o que simplemente detuviera lo que jodidamente estaba interrumpiendo su sueño, sin embargo, no pudo moverse, sintió una punzada de dolor en la parte posterior de su cráneo. , húmedo, confundido, débil. Sintió frío, miedo. Escuchó unas palabras irreconocibles, repetidas constantemente, en una silueta extraña frente a él, y un agarré firme levantarlo.

Nuevamente, cayó en la oscuridad.

Despertó, cuando el pitido invadiendo sus oídos se hizo presente, irritándolo, trayendo a él nuevamente una punzada de dolor. Sus músculos se sintieron pesados, apenas pudo moverse unos cuantos centímetros su cabeza para aclarar la silueta que se movía brevemente a su lado.

— ¿Izuku? —murmuró, con la garganta seca, rasposa. Cayó en decepción cuando la imagen se aclaró, dejando ver a una mujer adulta, mirándolo con breve sorpresa, mientras sostenía un cable que poco o nada llegó a importarle. La mujer, murmuró unas cuantas palabras incomprensibles, antes de salir de la sala con paso apresurado.

Confundido, decidió juntar fuerzas para incorporarse en la incómoda cama. La sala, tan blanca, le provocó un destello de incomodidad a la vista, formó una mueca y buscó a quien, hace unos segundos, juró escuchar reír. Nada, no había rastros de él, y tampoco de cómo llegó a la que reconoció como una habitación de hospital.

Rascó su barbilla, aturdido por la fina barba creciendo en ella, muy apenas, pero áspera. Él se había rasurado, apenas hace un día. Lamió sus labios y alcanzó un vaso de agua en la mesa a su lado, bebiendo con dificultad a tragos largos que dejaban escapar agua por sus comisuras, recorriendo su cuello. Cuando estuvo satisfecho, dejó caer débilmente el objeto por el enredón de su sábana incolora, y suspenso, dispuesto a buscar a Deku. Sabía ridículo pensar que estaba en cama de hospital por un simple golpe contra su mesa de noche, incluso, pensó, sería buen material de burla durante un tiempo, porque, ¡mierda!, ¿Quién terminaría en el hospital por una jodida caída?, seguramente su Deku sería tan exagerado como siempre y pronto entraría por aquella puerta con lágrimas en los ojos y apretando sus manos, diciéndole lo preocupado que estaba y cuánto lo amaba, él lo regañaría diciéndole que no era tan débil, pero sabía que le agradaba esas. muestras de afecto por parte de su novio.

Pronto, y antes de que siquiera pudiera mover un músculo, la puerta se abrió suavemente, dejando ver a un hombre mayor, con una bata blanca y canas recorriendo sus cansados ​​ojos, arrugados y bonachones. La esperanza de ver una cabellera revuelta se desvaneció cuando solo entró con un enfermero cargando una tabla y una pluma.

El hombre, sonriente y espetó unas cuantas palabras, roncas y calmadas, mientras recorría la habitación con postura. Tuvo el deje de entenderlas, como si pudiera, un leve presentimiento de saber a qué se refería, aunque estaba seguro de que hablaban en otro idioma. Se sintió como si alguien le dijera algo lejano, escuchando a duras penas palabras que sabe pero que no es capaz de comprender. Eso lo aturdió de sobremanera. Murmuró un ''qué'' un par de ''Dónde estoy'' y un muy repetitivo ''Dónde está Izuku'' en diferentes oraciones. Inició un escándalo por saber el desfile de éste, y pronto las manos firmes pero amables del enfermero tomaron sus hombros, murmurando palabras que no pudo comprender, pero entendía querían tranquilizarlo y hacer que los pitidos fuertes y rápidos dejaran de sonar por la sala.

¿Dónde demonios se encontraron?, ¿Por qué no entendía qué carajo estaba pasando? Y sobre todo, ¿por qué aquel peliverde pecoso de mirada bonita no estaba a su lado?, lo regañaría una vez que lo viera por asustarlo de esa manera. Sentía un dolor sordo en la parte trasera de su cráneo, y tembló por el repentino escalofrío que pasó por su cuerpo y las repentinas ganas de soltar lágrimas que se obligó a mantener dentro, apretando los labios y exigiendo como perro rabioso respuestas que no serían dadas, como si fuera un maldito loco que necesitaba una camisa de fuerza, una puta mierda.

Después de unos cuantos minutos de lucha, desesperados pedidos de ver al pecoso que ninguno pudo entender, y débiles golpes, se sintió tan jodidamente cansado y suave que no creía que algún movimiento fuera realmente dañino, pero eso no impedía que siguiera intentando y fuera un dolor de culo hasta que le dijeran lo que quería saber. Fueron minutos eternos, idiotas y completamente cargados de desesperación y un ceño fruncido que solo él sabía tener. Era una mierda, y realmente sintió que iba a entrar en desesperación si no fuera por la revoltosa cabellera verde que se asomó con curiosidad por la puerta, tan brevemente que si no fuera él, tal vez no hubiera podido reconocer de quién se trataba, pero maldita. Sea que lo sabía, porque jamás podría no reconocer al pecoso parado tras la puerta y que parecía haber perdido el color en cuanto lo miró.

No importaron los detalles que eran, evidentemente distintos a los que juró grabar en su memoria en la mañana, él pudo saberlo, era él, justo ahora, frente a él. Los dos hombres, confundidos por su arrepentida compostura, siguieron su mirada hacia la puerta entreabierta, analizando a un adulto joven, que, en ese momento, estaba pálido, como si hubiera visto un fantasma.

—¡Deku!— gritó, y no supo por qué sus ojos se llenaron de lágrimas. 

Limerencia || BakuDekuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora