Capítulo 12. Probablemente el peor día de mi vida.

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Llegué a mi casa a las dos, sin hacer ningún ruido. Sorprendente me dormí al instante, y desperté al día siguiente. Todo empezó como de costumbre: sonó el despertador y yo malhumorado lo silencié, luego me fui a desayunar. Mis padres ya estaban levantándose desde hace rato, lo confirmé cuando no vi a nadie en la planta baja, los dos se habían ido a trabajar.
Yo me dispuse a prepararme unos cereales, evidentemente echándolos antes que la leche. Mientras me los comía escuchaba música en mis auriculares para así despertarme (spoiler: no funcionaba). Cogí el móvil y vi que estaba lleno de notificaciones, algo extraño. Tarde en darme cuenta de lo que estaba pasando: alguien había filtrado mi foto con Abel.
Ángel confesaba su culpabilidad, todo por mensaje, me dijo y me llamó muchas cosas (algunas realmente feas); pero lejos de arrepentirse, declaró que yo me merecía eso, por ponerle los cuernos. También decía que él no había querido nada conmigo nunca, que todo eran imaginaciones suyas. El resto de mensajes era de gente de clase, algunos insultando por grupos y otros preguntándome que había pasado. Ahí pensé en filtrar todas las conversaciones con él, pero no servirían de nada, lo sé. Ángel era muy popular: todo lo que dijese se tomaría como verdad.
Tardé en procesar lo que había ocurrido, cayeron todas mis emociones dentro de mi.
No podía reaccionar, mi cuerpo estaba bloqueado. Tampoco podía pensar en lo ocurrido, era como si estuviera en un mal sueño.
Me vestí y llegué al instituto como un robot, de forma mecánica y aislado con mis cascos. Llegué cinco minutos tarde, eso solo me hizo peor.

Cuando ya toque a la puerta (ya sin cascos) con un "¿Se puede?" y todos mis compañeros me vieron. Aquello fue horrible, algunos empezaron a cuchillear, otros a reírse por lo bajito. Yo los veía, veía la forma en la que me trataban, como si fuera un simple mono de feria del que hay que reírse por imposición social.

Me senté en silencio, tratando de no llorar. Nunca había vivido el sentimiento de sentirte completamente solo, de no poder contar con nadie ni queriendo. Una parte quería llamar a mi madre para que me recogiera, pero otra parte (la parte sensata y racional) sabia que no podía estar encerrado en mi casa eternamente, que a los pocos días tendría que explicarle la situación a mi madre, cosa que no haría ni loco. En mi casa no se hablaba nada de sexo, y afrontar el tema de mi homosexualidad a la vez que le contaba a mis padres que había follado con un chico que me doblaba no me hacía mucha gracia. Además, que mi madre tuviera que dejar el trabajo para recogerme me frenaba mucho, no quería molestarla.

Me llegó una risita por mi lado derecho, me giré y una chica rubia (ni voy a fingir que me sabía su nombre, aunque estuviera en mi clase). Joder, eso no ayudaba. La muy payasa estaba hablando de mí a su compañera. En ese momento quise levantarme e irme, pero demasiado circo había ya en clase. El profesor la regañó, y hasta el recreo no hubo más incidentes.
Lo gordo pasó en el recreo. Me puse a comer tranquilamente mi desayuno en una esquina del patio, autoexcluyéndome de todos con mis cascos. No había nadie en varios metros a la redonda. Mi paz fue perturbada cuando un grupo de chicos vinieron a mi zona. Estaban liderados por Pablo, el rubito gilipollas del curso. Por fortuna este año no había caído en mi clase.

-¿Está rico ese bocadillo?- dijo señalando mi bocata de salchichón.

No respondí, me limité a mirar el móvil.

-Ah, claro, a ti te gustan las cosas más grandes.

Todo el grupito se río. Aunque me subiera el volumen de los cascos, seguía pudiendo escucharles.

-Venga, saborealo, que ya voy a correrme.

Las risas eran demasiado fuertes. Incluso creo que había venido más gente a presenciar el espectáculo. Yo estaba paralizado, sabía que fuese adonde fuese ellos me iban a seguir.

Debí de haberme ido, porque ya se estaban aburriendo y Pablo sacó el número final. Se puso a mi derecha y empezó a hacer gestos como si me follase. Quería ir lentamente hacia mi boca, pero yo ya harto, le empujé y salí corriendo.
Llegue corriendo hasta el baño, donde entré tras comprobar que estaba vacío. Fue cerrar la puerta del cubículo y liberar todas las emociones de golpe. Lloré muchísimo, mucho más que cualquier otra vez.
Me dolía todo lo que me estaba pasando, pero lo que más escocía era saber que Ángel estaba en ese grupo y se había estado riendo durante toda la "broma".

Mi mayor temor se disipó, ya que Pablo y su grupito no me siguieron. Poco a poco me fui tranquilizando, recobré la compostura. Miré la hora en el móvil, ya había pasado el recreo. Había estado tan preocupado que ni escuché la sirena.
Llamé a mi madre, volver a clase era demasiado doloroso para mi, no estaba preparado mentalmente. Al final eché a la basura el discurso de "no quiero molestar a mi madre", para que veáis lo rápido que desaparecen los principios.

Llegue a casa y me quede dormido al instante (ni yo sabía que tenía sueño). Me desperté a las ocho, desorientado. Estuve un rato con el móvil. Debí de haberme pasado mucho rato, ya que cuando fui a la cocina a beber agua ya eran las once. "Hay que ver lo que hace Tik Tok", pensé. Mis padres estaban dormidos en el sofá, por lo que regresé a mi cama.
Me dolía la cabeza de tanto móvil, pero seguí usándolo. Tik Tok me aburrió a los dos minutos, y no tenía otra app: Instagram me aburría si lo usaba en exceso, Twitter estaba lleno de gente aburrida y descontenta con su vida, y WhatsApp solo es útil si tienes a alguien a quien hablar, que no era mi caso.
Eso era lo que realmente necesitaba, alguien con quien hablar. Y se me ocurría alguien.

Ángel de mis pasiones homoeroticasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora